Imperdonable olvido el que hemos proyectado durante meses sobre este álbum, uno de los mejores tratados folk de 2011, que reafirma al sueco Kristian Matsson como uno de los talentos emergentes dentro de ese grandísimo baúl de derivados roots que todo el mundo llama americana. El milagro, y es ahí donde opera el talento, es que tan espartana colección de canciones acústicas, regida por la austeridad, el recurrente aliento dylaniano y un timbre de voz tan nasal como cientos de otros, consiga atrapar el interés del oyente a lo largo de todo su minutaje hasta acabar demandando a gritos la pulsación del repeat. Es decir, lo que muchos hacen con los mismos mimbres, pero con mucho menos ingenio. Porque su destilación de esencias pop de manual (gloriosa “Burden Of Tomorrow”), su asimilación de nutrientes springsteenianos etapa “The Ghost Of Tom Joad” (“Troubles Will Be Gone”) o su veta crooner a lo Paul Westerberg (preciosa “Kids On The Run”) trascienden cualquier corsé. Un disco que transpira delicadeza y verismo, y que valida la primacía de las (estupendas) canciones sobre los apriorismos del formato.
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