Cuando uno es muy fan de alguien es difícil enfrentarse a una crítica de uno de sus discos. Algunos incluso considerarían que es innecesario por lo poco que aporta en cuanto a objetividad. Una dicotomía esta que me gusta y en la que pienso a menudo. La que se da entre enfrentarte un trabajo de alguien a quien conoces y “dominas”, cosa que evidentemente potenciará tus recursos sobre el tema, frente a la pérdida de neutralidad evidente que esto plantea. La prensa norteamericana no tenía duda al respecto. Jann Wenner, fundador de Rolling Stone, lo tenía claro. Mejor que quien se enfrente a algo tenga armas para hacerlo y sepa lo que se le viene encima, aunque eso introduzca en sus palabras notas de subjetividad que, oigan, tampoco vienen mal en tiempos de equidistancias y esas mierdas. Y, como habrán adivinado, les suelto esta perorata porque yo soy muy fan de White Buffalo.
El alter ego de Jake Smith tiene nuevo disco, y a mí me ha gustado. Eso vaya por delante. Rápidamente empezaron las discusiones en las dichosas redes sociales sobre si este era mejor que aquel o peor que ese otro, pero analizándolo de manera individual estamos ante un gran disco de rock de raíces. Con esa voz heredera de Eddie Vedder, Tom Waits, Johnny Cash y Mark Lanegan a partes casi iguales, el búfalo ha construido un trabajo de medios tiempos y baladas, donde el acelerador se pisa poco. Solo temas como “No History” o “Faster Than Fire” lo muestran fiero y algo desbocado, aunque con control. Pero eso no hace al disco peor que otros, sino diferente. Para eso ha contado con la producción de un sorprendente Shooter Jennings que, sin duda, acierta con los matices que da al álbum. Y aunque es cierto que el hecho de que alguien se presente en el estudio con canciones tan buenas como las que hace The White Buffalo, y con un grupo tan compenetrado como el suyo– ha tirado de su banda habitual –no sería justo quitarle su parte de mérito al vástago de Waylon. Lo dicho, otro gran trabajo para su discografía.
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