La guerra, esa tierra gris de la muerte como la definió el poeta británico Siegfried Sassoon, conocedor en primera persona de los campos de batalla, ha sido paradójicamente el escenario donde arraigó la pasión musical de un militar estadounidense llamado Michael Trotter Jr. Destinado a Irak, fue durante el asedio al palacio presidencial de Saddam Hussein cuando descubrió un viejo piano con el que comenzó a juguetear hasta convertirlo en un idilio que desembocaría en la pasión por dicho instrumento. Las trincheras, y su constante invocación del terror, en este caso significaron también el germen de una carrera musical que años después, y tras ser observado en una de sus actuaciones por una pronto prendada Tanya Blount, acabaría facilitando el lazo conyugal que sigue uniendo a ambos.
Tras una década firmando bajo el proyecto The War And Treaty, su actual trabajo se presenta como el retrato de la bulliciosa naturaleza de esa relación sentimental. Un relato que pese a encapsular el afán por reivindicar el poder del amor y ser editado en la -nada casual- fecha de un 14 de febrero, sin embargo, no nos presenta una cronología empapada de rosa empalagoso ni repleta de consideraciones dignas de quinceañeros en plena efervescencia hormonal, al contrario se trata de un recorrido lleno de sobresaltos y trabas a las que, no obstante, su poderoso afecto ha sabido doblegar. Una biografía compartida que ya desde su inauguración comenzó dictada por el abismo, haciendo confluir a un ex combatiente aquejado de un trastorno postraumático consecuencia de su reencuentro con la vida civil y a una joven desencantada que acumulaba trazas depresivas. Dos personalidades que decidieron tenderse la mano mutuamente para esquivar ese peligroso proceso de derrumbe y que hallaron en el cariño su mejor credencial para mantearse a salvo juntos.
Una historia así, y todos los episodios que ha librado, y sigue haciéndolo todavía, no podía encaramarse a un imaginario sonoro que no estuviera alimentado de un ánimo exagerado. Teniendo en cuenta que la propuesta del dúo ha ido robando espacio a la tradición para dirigirse a un terreno más personal descrito por una puesta en escena actual y accesible, dichas connotaciones toman todavía mayor relevancia en lo que concierne a este álbum. Grabado en los prestigiosos estudios FAME de Muscle Shoals, en Alabama, y coproducido junto a una buena plétora de nombres que han acompañado en los créditos a referencias como Luke Combs, Stevie Nicks, Sheryl Crow o Bon Jovi. queda en evidencia la predisposición a, sin abandonar la identificativa convivencia con los sonidos tradicionales, lograr que los reconocimientos populares les sigan acompañando. Un gusto por agradar al oído mayoritario sin deshonrar las raíces que de por sí no debe de ser señalado como un demérito artístico, aunque es indiscutible que esa búsqueda por encontrar el balance exacto entre esas fuerzas -a veces llamadas a chocar de manera antagónica- es siempre un ejercicio complicado de sustentar.
Tan representativo para la identidad del trabajo resulta que el primer verso que nos encontremos, perteneciente a “Love Like Whiskey”, haga mención a haber “estado durmiendo en el sofá toda la semana” como que su expresión soul venga dictaminada por una evidente celebración melódica en manos de una vasta instrumentación, un elemento que guiará todo el conjunto. Asumiendo que el propio concepto del disco, subvertir las fuerzas que aspiran a derribar al hecho romántico, predispone a un enaltecimiento de su carácter luminoso, actitud trasladada a un manejo del increscendo que en el caso de “Stealing A Kiss” supone el alejamiento de la oscuridad, y que su extenso catálogo de temas, hasta 18, son propicios a la heterodoxia y al consumo amplio de registros, acogiendo desde el arrebatado galope fronterizo de “Called You By Your Name” al contundente rock sureño propio de The Black Crowes en “Tunnel Vision”, es lógico que su resultado global conduzca hacia el exceso. Un ininterrumpido torrente de encuentros que pretenden arrebatar al oyente pero que por momentos, como una “Skyscraper” alojada más cerca de Beyoncé que de The Black Keys o la sobreexposición que somete la sección de cuerdas en “Love Light”, su intento por emocionar logra más bien apabullar. Una clara y nada disimulada apuesta por mostrar con evidencia los trucos que posibilitan una directa asimilación de su propuesta que, sin embargo, en la desgarrada y epopéyica -digna de una Beth Hart contemporánea- “I Can’t Let You Go”, dejar al descubierto sus “artimañas”, no impide caer rendidos ante un descomunal envite.
Si es osado hablar de espacios de contención en este álbum, sí que el ejercicio de moderación, indisoluble a encontrar refugio en sonoridades más tradicionales, ofrece los momentos más inspirados. Un espacio donde el country, incluso en una manifestación sutil y envolvente como la de “The Glorious Onesroius”, se alía a la perfección con el soul bajo el dictamen de la bucólica serenidad de Solomon Burke en “Leads Me Home” o es entonado bajo el rigor eclesiástico en “Home”. Connotaciones religiosas que acuden bajo el verbo descarnado de una Aretha Franklin en “Carried Away” o el aullido propio de James Brown se encarna en voz de mujer para ilustrar “Mr. Fun”. Ejemplos que, aunque asediados por un contexto por momentos demasiado abigarrado, se valen para aupar el nivel del disco.
Probablemente la expresión amorosa, y más todavía si es de naturaleza tempestuosa, deba ser expuesta en el plano personal con desatado deleite, una característica no siempre fácil de traducir con éxito al idioma creativo. De ahí que el único escollo encontrado para que “Plus One” no alcance una consideración sobresaliente es precisamente aquello que le convierte en identificativo y particular: esa pulsión explícitamente biográfica encomendada a ejercer como apoteósica ruta por esa alternancia de risas y llantos que significa la relación entre sus autores. Desde luego no existe antídoto más eficaz para abandonar un embarrado paisaje sentimental que propulsarse con fuerza para aspirar a tocar las estrellas, pero también conviene ser consciente de que el exceso de júbilo puede llegar a causar empacho.
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