Julian Casablancas sigue serpenteando libre, pisando el acelerador y mordisqueando la manzana a su antojo, huyendo a su manera del foco comercial y de la sombra de sus Strokes. Tras el magnífico debut en solitario con “Phrazes for the Young” (09) y el convulso y alocado “Tyranny” (14), contraataca con “Virtue”, un segundo agujero de gusano al mando de The Voidz.
La dimensión sonora que nos presentan estas nuevas 15 canciones, comparte el eclecticismo de la tanda anterior pero, aunque la experimentación sigue in crescendo, el caos es menos áspero, más brillante y magnético.
Comenzamos el sueño en ‘Leave It in My Dreams’ (la pista más Strokes del álbum), donde las guitarras crujientes se entrecruzan y mezclan a la perfección con los teclados y sintetizadores, mientras la voz de Casablancas deja el rastro irresistible de esa desgana y melancolía fluorescente marca de la casa.
Despertamos de la armonía envolvente inicial y caemos de lleno en la juguetona pesadilla que nos tienen preparada, con dos zarpazos que nos dejarán tocados para el resto del viaje. La futurista y oriental “QYURRYUS”, banda sonora de una Blade Runner turca, con un Auto-Tune que se abre paso en una nebulosa sintética, y “Pyramid of Bones”, una tormenta de furiosos riffs y baterías thrash metal, con Casablancas desgañitándose, de Black Sabbath a los Deftones en un segundo. La carga política gana peso y la crítica al imperialismo y la sociedad de consumo es continua.
En “Permanent High School” nos dan un respiro bajo una fina brisa de synth pop, con Casablancas saboreando cada fraseo y abriéndonos los ojos ante la interesada construcción social de la realidad. El contoneo no para con “AlieNNatioN”, un Reggae-Soul para la post-verdad, un canto al desencanto, la imposibilidad de arrancar mentiras regadas con miedo.
Seguimos surcando el laberinto sónico, guiados por la energía y entusiasmo que desborda Casablancas, un niño con juguetes nuevos. Del funky bop de “Wordz Are Made Up”, en el que se pone el casco de Daft Punk y rezuma swing intergaláctico, a la desnudez acústica de“Think Before You Drink”, donde nos araña con esa voz doliente que parece que siempre existió.
Si la base rítmica nerviosa de “Wink”, nos empuja y vuelve a hacer girar la bola de espejos bajo una lluvia lisérgica, en “My Friend the Walls” la psicodelia alienígena inicial, con regusto a Radiohead, termina por despegar y estallar en un estribillo en el que se ven las costuras de los Strokes.
El funk y R&B robótico de “Pink Ocean” nos hechiza en pocos segundos, con un sensual falsete que hace olvidar las demás piezas del puzzle, para engullirnos luego por el desagüe putrefacto de la América de Trump en “Black Hole”, una desquiciante descarga electro tribal.
La descafeinada “Lazy Boy” deja paso a las dos últimas embestidas, el hardcore-punk industrial de “We're Where We Were”, que nos arrastra y sumerge en una apocalíptica ficción que suena más real de lo querríamos, y el no menos inquietante cierre espectral de “Pointlessness”, en el que sólo la voz de Julian arroja un poco de luz.
Puede que Casablancas y su tripulación (Jeramy “Beardo” Gritter, Amir Yaghmai, Jacob “Jake” Bercovici, Alex Carapetis y Jeff Kite), no hayan dado aún con la tecla para controlar todo el potencial de su propuesta y a la tercera llegue la vencida… O quizás vayan por delante y ese incontrolable auto sabotaje y continuo riesgo, sea el punto clave de una esencia libre que aún nos cuesta digerir.
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