Si hay una virtud que hace de The Vaccines una banda que rara vez nos dará gato por liebre, esa es su transparente ausencia de pretensiones. Su capacidad, también, para reírse de sí mismos. Si en su debut ya dejaban claro – desde el mismo título – que no había por qué esperar la octava maravilla de mundo del propio hype que se había generado a su alrededor, ahora sintetizan algunas de sus mejores virtudes en un disco bautizado, irónicamente, gracias a las tensiones entre un Justin Young (vocalista) y un Freddie Cowan (guitarra) que casi acaban su grabación partiéndose la cara uno a otro. La crisis –en el sentido clásico del término, el de mutar para crecer– se plasmó también con la entrada del nuevo batería Yoann Intonti y del teclista Tim Lanham, ya presentes en su última gira, y con la ayuda de ambos el cuarteto londinense ha fundido de forma ejemplar la urgencia de su debut con el pulido acabado de "English Grafiti" (15), despachando una sucesión de pelotazos que a buen seguro romperán caderas en festivales: una de sus principales razones de ser, nunca lo han ocultado.
Es así como los ecos spectorianos de “Put It On a T-Shirt”, la crudeza casi tabernaria de “Surfing In The Sky” o “Take It Easy”, la pegada directa de “Your Love is My Favourite Band” o “Maybe (Luck of the Draw)” (que les acercan más que nunca a Phoenix o Two Door Cinema Club), la apelación desacomplejada al baile que es “Nightclub” o el brote crooner de “Young American” (tan Arctic Monkeys) completan uno de sus álbumes más versátiles y certeros, prácticamente a la altura de lo mejor que nunca han hecho. Un disco gomoso como el mejor chicle, tan instantáneamente digerible como el mejor de los complejos vitamínicos, fulminante como un misil tomahawk. Puede que dentro de unos meses no lo tengamos bien presente en nuestro devocionario particular, pero qué más da. Ni falta que le hace.
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