The Stand-In

Abran paso señores, porque lo que hasta ahora era una joven promesa, se va a convertir con su segundo trabajo en una realidad tan palpable, que empieza a dejar muy atrás al resto de coetáneas no solo en su ciudad, Nashville, sino en toda la escena del country-rock americano actual. Y sí, ha nacido una estrella, para regocijo del aficionado que, con el tiempo,  puede situarse en las mismas cotas de leyenda que las grandes damas de la canción sureña como Emmylou Harris o Linda Ronstadt. Porque lo cierto es que Caitlin Rose no tiene la fiereza de Lucinda Williams, ni la bella profundidad de Gillian Welch, pero su naturalidad desborda y su voz resulta tan pizpireta y calida que simplemente te encandila y enamora. Si a eso le añades que al igual que su debut el álbum está perfectamente compensado entre las tiernas baladas con arreglos de cuerda (Pink Champagne) y el clásico trotar vaquero del country–rock (“No One To Call”), pues a uno no le sorprenderá la ayuda de Gary Louris (The Jayhawks)  en la composición de dos temas del álbum o la inclusión de dos versiones, una de ellas de unos The Felice Brothers (“Dallas”) que quiero interpretar como una forma de reconocimiento que quizás no ha estado siempre a la altura de lo que merecían. Y para finalizar bonito broche con un poco de jazz de New Orleans en el que dejar constancia que ella es una cantante de verdad y no una aficionada como Zooey Deschanel.