Siempre me han parecido algo ridículas las canciones que hablan de grupos de rock, músicos o el mismo hecho de hacer canciones. Hay excepciones, pero la regla es que en general suenen autocomplacientes y cursis. Will Sheff, en cambio, ha conseguido hacer un disco completo sobre tener un grupo que no suena ni complaciente ni cursi, más bien lleno de dudas, angustia y conflictos interiores.
No sorprende, porque ya sabíamos que Sheff es uno de los talentos más interesantes del rock americano, un tipo que no tiene nada que envidiarle a Conor Oberst, Jim James y demás, y que tiene una manera muy particular de escribir letras, siempre lineales, nunca volviendo atrás en los estribillos. Y puede que a más de uno le sorprenda el sonido más reposado de “The Stage Names” tras la oscura pulsión de “Black Sheep Boy”, pero viendo con perspectiva la carrera de Okkervil River éste parece un paso lógico. Sin perder ese estilo entre la urgencia post-grunge y la profundidad evocadora del country alternativo, Sheff conduce a su banda a través de una reflexión sobre su misma existencia, sobre el arte, la poesía, la música, el cine y la televisión, sobre la alquimia que todo ello supone y como, a pesar de todo, nada de todo esto puede hacerte escapar de la soledad. Esa contradicción inherente a la creación y a la cultura pop es lo que alimenta la tensión de “Unless It Kicks” o “Our Live Is Not A Movie Or Maybe”, la melancolía de “Savannah Smiles” y “The Stage Names” y desemboca en la más negra ironía de “John Allyn Smith Sails”, dedicada al poeta John Berryman, convirtiendo “The Stage Names” en una suerte de meta-disco lleno de épica y romanticismo que confirma a Okkervil River entre los grandes.
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