Que Chris Cole era un tipo escurridizo fue algo que supimos en cuanto le vimos
esconderse bajo una visera en sus primeros tours por España junto a Matt
Elliott/Third Eye Foundation, allá por el cambio de milenio. Aunque la
confirmación llegó un tiempo después, cuando tras publicar el hermosísimo “Our
Worn Shadow” (2006) -uno de los grandes discos que nos dejó la moda del Loop
Station- desapareció sin dejar rastro durante una buena temporada. Hasta que
hace un par de años entregó para el Día del Disco un EP conjunto con (cómo no)
Matt Elliott, al tiempo que unía fuerzas con gente de Dälek, Kill The Vultures y The
Married Monk en el combo de rap industrial Numbers Not Names. Así las cosas, el
definitivo retorno de su alias Manyfingers es una gran noticia para una pequeña
pero ferviente parroquia de fans.
Los años, por supuesto, se notan también en la tonalidad de un álbum igualmente
crepuscular pero en el que se amplía la paleta de colores. Basta con echarle una
oreja a esa furiosa introducción orquestal titulada “Ode to Louis Thomas Hardin”
en homenaje a Moondog para comprender que, si bien el minimalismo y la
repetición sigue guiando los pasos de nuestro hombre, los ejercicios de capas
superpuestas definitivamente son cosa del pasado. Otra de las grandes novedades
es la aparición de la voz. Como también ocurrió en su día con Matt Elliott, Chris
Cole ha pasado de hacer instrumentales estrictos a animarse a tararear en algún
tema de “Our Worn Shadow” y, finalmente, convertirse en intérprete de
aproximadamente la mitad de las canciones de este disco. Sin presentarse como un
cantante especialmente dotado, Cole demuestra haber asimilado bien las
enseñanzas de Ian Crause, Jhonn Balance (“It’s All Hysterical” es puro Coil) o David
Callahan de Moonshake, uno de sus héroes confesos -como demuestra ese
homenaje hecho canción que es “70”- y al que invita a hacer una pequeña
colaboración en el disco.
Pero más allá de las similitudes expresivas entre unas voces de rango bastante
limitado, que salgan a colación esos nombres no puede ser una simple casualidad.
Manyfingers se convierte en heredero de una tradición en la que avant-garde,
clasicismo y música popular hacen una suerte de juego de las sillas y en cada turno
(canción) nunca sabes a quién le tocará quedarse de pie. Era una de las
características de aquella primera generación a la que Simon Reynolds bautizó
post-rock –nada que ver con aquello en lo que luego derivaría el término- y de la
que con este trabajo Cole se convierte en heredero directo y de pleno derecho.
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