Aghori Mhori Mei

The Smashing Pumpkins anunciaban, por sorpresa y solo unos días antes de su publicación, que tenían nuevo disco. La primera buena nueva inherente al asunto quedaba materializada en el hecho de que la banda respetaría, en esta ocasión, el concepto tradicional de álbum. Nada de óperas rock interminables, obras seccionadas en partes, sobreproducciones, ni otros inventos grandilocuentes y, a la postre, pretenciosos y fallidos. Diez temas colocados a lo largo y ancho de cuarenta y cinco minutos hasta conformar la presente entrega. Sin más.

La principal noticia señala, sin embargo, al propio sonido del grupo: primigenio, crudo y musculado, en lo que cabe entender como un pretendido regreso a los orígenes, al tiempo de huir de aquellos sintetizadores chirriantes y omnipresentes en, por ejemplo, “Shiny And Oh So Bright, Vol. 1 Lp No Past. No Future. No Sun” (Napalm, 18). “Aghori Mhori Mei” es, en efecto, el elepé más “puro” de Billy Corgan, James Iha y Jimmy Chamberlin en años. Quizá también el mejor de todos en mucho tiempo, gracias a un puñado de canciones con pulso e influencias clásicas en las que la sombra de Black Sabbath queda proyectada sin disimulo. Sobre todo, en torno a una primera mitad que se abre con “Edin” y “Pentagrams”, dos piezas poco cuestionables de más de seis minutos y guitarras asfixiantes, antes de que la inmediatez de “Sighommi” tome el relevo en forma de single potencial y cierre el ilusionante trío inicial. En cualquier caso, también suman en positivo la melancolía implícita de “Who Goes There”, “Sicarus” o el medio tiempo “Goeth The Fall”.

Aunque la euforia vaya perdiendo intensidad con el paso de los minutos y no aguante los niveles del arreón inicial, “Aghori Mhori Mei” es una referencia que deja buen sabor de boca. Algo no tan habitual en ese tramo de trayectoria de The Smashing Pumpkins que abarca desde “Zeitgeist” (Marthas, 07) hasta la actualidad. Unas sensaciones que se suman al buen estado de forma del grupo sobre el escenario, tal y como se pudo comprobar en su reciente y arrasador paso por la península, reverdeciendo (en parte) aquella poderosa presencia del combo en los noventa.