Han tardado casi cuatro años en volver, y no puede decirse que la acogida que se les ha dispensado haya sido precisamente cálida. Las más que tibias primeras evaluaciones de “The Runaway” obligan a hacerse la pregunta: ¿se les ha pasado el arroz a los Fleetwood Mac del pop británico de última generación? Pues no del todo. Ellos también tienen derecho a crecer, a cantarle al desamor o a cubrir de nubarrones su hasta ahora despejado horizonte. A dejar de ser los frescos del barrio, siempre y cuando no bajen en exceso el notable listón de sus dos entregas anteriores. Y de verdad que no lo hacen, aunque es lógico también que cualquier fan de la banda prefiera su primera versión. Ahí siguen las melodías prístinas, la dulzura heredada del pop soleado de la Costa Oeste, el detallismo en la producción. Lo que ocurre es que ralentizan el tempo, descoloran sus estribillos al tiempo que aumentan su mullido de cuerdas y además ahora carecen (eso sí que no era previsible) de hits en potencia. Y así cuesta más entrar en su mundo. Pero, tratando de ver la botella medio llena, hay por lo menos media docena de canciones deliciosas, comenzando por el giro amargo de “Once I Had” y continuando con ambrosías como “Throwing My Heart Away” u “Only Seventeen”. Que eso sea suficiente ya depende de dónde pongan ustedes el listón de su exigencia.
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