“Primitive Man” y “The
Ruminant Band”, hermosísimas piezas de indie pop disfrazado de revival folk,
abren el disco con una exhuberancia instrumental y rítmica que promete un más
que gozoso viaje. A fuerza de andar con los tipos de The Shins, Eric D. Johnson
ha encontrado la manera de imprimir a su música un contraste muy interesante
entre lo secular y lo weird (es decir, lo snob). El problema es que Fruit Bats tiene canciones muy
buenas, pero no consistentemente buenas, y el subidón de los primeros minutos
se ve eclipsado por una fase de inconcreción, si bien no muy larga, ciertamente
decepcionante. Todo se perdona, no obstante, cuando la beatleliana “Being On
Your Own” vuelve a dar la luz y “My Unusual Friend” desprende ecos de guitarra
a lo Clarence White. Todo se perdona porque el disco perfecto no existe y a
estas alturas escuchar canciones como “The Blessed Breeze”, ferozmente
contemporánea en su trote sesentas, no te salva la vida pero, demonios, te da
un poco más de vida. Porque el disco perfecto no existe pero, a estas alturas,
a algunos nos vale con la promesa.
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