En 1987, The Replacements estaban sufriendo las consecuencias de su creciente fama. Dos años antes habían entregado su primer disco para una multinacional, “Tim” (1985). Aquel era un salto lógico en una trayectoria plagada de excelentes canciones que necesitaba de una mejor distribución que la de una discográfica independiente de la época. Twin/Tone les había llegado lejos, pero su infraestructura (a medio camino entre el amateurismo propio de los tiempos y un conato de profesionalización sin firmeza) ya no podía ofrecer la proyección que la carrera de la banda demandaba. Por eso, tras entregarles una obra maestra como “Let it be” (1984), la lógica impulsó al grupo a caer en brazos de Sire, hogar de Ramones y en realidad una marca más dentro de la multinacional Warner Music.
Un disco tan redondo como “Tim” había marcado un inicio inmejorable en las nuevas oficinas de la banda, y su continuación se esperaba con fervor. Mientras, en el seno del grupo no se pasaba por el mejor de los momentos. Bob Stinson, hasta entonces guitarra solista, era expulsado debido a sus adicciones y el cuarteto pasaba a convertirse en trío; y poco después sería Peter Jesperson, manager desde los inicios, el que fuera despedido. Con todo, la inspiración de Paul Westerberg parecía ser inmune a estos cambios, y para este su quinto disco largo entregaría algunas de sus canciones más memorables.
Con un presupuesto para la grabación mayor que nunca hasta entonces, la producción se puso en manos de Jim Dickinson, escogido por sus trabajos para Big Star. Con él a los mandos, el sonido del disco ganó en músculo y en arreglos (metales en “I don´t know”, cuerdas en “Can´t hardly wait”...) antes inimaginables en un álbum de TThe Replacements, situándoles en un terreno más favorable para ser radiados pero quizás lejos de lo que su base de seguidores habría deseado. En otras palabras, sonaban tan profesionales como habían rehusado sonar antes, y este sí era un cambio importante.
El repertorio de canciones es simplemente impecable. “I.O.U.”, “Alex Chilton” o “Valentine” son solo tres de las numerosas joyas que contiene. La presente edición deluxe añade, además de la consabida remasterización del disco original, material muy interesante para comprender el sentido y el origen del álbum, con maquetas, mezclas alternativas y tomas olvidadas que no hacen sino realzar el resultado final.
“Pleased to meet me” quizás no sea el mejor disco de The Replacements, pero sí podría considerarse su último intento de llegar a una audiencia más amplia. Refleja el presente de un grupo de jóvenes tratando de cumplir sus sueños en mitad de una industria que no entienden y que les supera. Y lo mejor de todo es que, aunque los años pesen, aún hoy sigue sonando tan fresco e inocente como debió sonar el primer día.
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