The Town That Cursed Your Name

La banda liderada por Glenn Donaldson continúa publicando al imparable ritmo de disco por temporada y presenta ahora “The Town That Cursed Your Name”, el que es ya su quinto disco de estudio en el mismo número de años. Un trabajo que vuelve a versar en torno a indie-pop artesanal, construido con mimo, esmero, y especial miramiento a esas melodías que guían las canciones con seguridad, mientras respeta la esencia de la propia composición y cuida mucho la naturalidad de unos adornos bien escogidos.

Unas premisas que sirven para dotar de un atractivo más que evidente a la secuencia en cuestión, rematada con ligeras dosis de distorsión que potencian vistosidad y solidez, junto a esa melancólica, casi afligida, interpretación vocal de Donaldson apurando el sentimiento de cada una de las seleccionadas. La referencia presenta, por tanto, pocas las novedades con respecto a entregas previas de los californianos como “You Might Be Happy Someday” (Tough Love, 20), “Uncommon Weather” (Slumberland, 21) o “Summer at Land's End” (Slumberland, 22), y sin embargo se percibe como paso al frente del grupo, al abarcar territorios adicionales con respecto a conquistas previas.

Se trata, en definitiva, del trabajo mejor argumentado y más redondo firmado hasta la fecha por The Reds, Pinks And Purples, con doce piezas seductoras dentro de esos parámetros clásicos que beben del jungle-pop de finales de los ochenta y la explosión alternativa de los noventa. La formación muestra igual predilección por The Go-Betweens, Teenage Fanclub, Dinosaur Jr, Felt, Orange Juice, The Magnetic Fields, The Lightning Seeds o, incluso y por momentos, los The Cure menos herméticos. Todo, a lo largo de piezas con fondo luminoso como el trío de ases inicial compuesto por “Too Late For An Early Grave”, “Leave It All Behind” y “Life In The Void”, además de “What Is A Friend?”, “Burning Sunflowers” o la acústica “Almost Changed”.

“The Town That Cursed Your Name” es un pequeño tesoro, amparado en una aparente sencillez y copado de manera casi ininterrumpida por gemas sonoras de apenas tres minutos con peso propio y como parte indispensable de la obra. Un golpe de efecto para un tipo como Donaldson que, sin contar con el carisma o la aureola de una gran estrella, ha venido mostrando buen gusto desde su militancia en Art Museums o The Skygreenun, además de un específico olfato para dar con aquella tecla que lo acerca, una y otra vez, a la canción de apariencia perfecta.