Postales de invierno
DiscosThe New Raemon

Postales de invierno

9 / 10
Carlos Pérez de Ziriza — 08-11-2023
Empresa — Cielos Estrellados
Género — Pop

Los mejores amigos son a veces quienes llegan sin avisar. También ocurre de cuando en cuando con los discos. Y si estos rinden tributo precisamente a un amigo ausente, se convierten en un material inflamable que conviene manejar con mesura. La muerte y el pop, el pop y la muerte, entretejen con firmeza sus lenguajes porque no hay mejor síntesis del fogonazo de la vida que una canción. Los últimos tres años de Ramón Rodríguez redundaron en sobreexposición editora, aunque ni los tres últimos (definitivos) discos de Madee ni los dos que hizo junto a David Cordero y Marc Clos fueran prescindibles. También reeditó y representó sobre los escenarios "A propósito de Garfunkel" (2008), su debut como The New Raemon. La única de sus entregas que no estaba prevista fue esta, pero su amigo Sergi Irurtzun – con quien empezó a escribir canciones hace más de tres décadas, en plena adolescencia – vio como sus fuerzas se agotaban en diciembre del año pasado ante el cáncer que sufría desde hacia ya un buen (mal, en realidad) tiempo y lo que empezó como un poema torrencial escrito en el insomnio de una de aquellas noches aciagas acabó convirtiéndose en estas doce canciones.

Me comentaba Ramón en la entrevista que mantuve con él que este trabajo es completamente distinto a cualquiera de los anteriores. No cuesta estar de acuerdo. Y no solo por su eje central, sino también por su factura sonora, porque continente y contenido concuerdan. Es el más depurado, esencialista, austero, hondo y sentido de todos los que ha hecho. Es su canción de autor cifrada en su expresión más pura, también la más terapéutica. Sin tremendismos, sin afectaciones, sin sobre elocuencias. Con la contención que demanda. Quizá porque, como nos canta en “Entre el alba y la noche” – y como también decía aquella vieja canción de The The –, “el amor es más fuerte que la muerte”. O eso necesitamos creer. Piano, guitarra acústica, algunos arreglos de cuerda y unos pocos coros (casi espectrales) repartidos por aquí y por allá dan su principal perfil a una delicada colección de composiciones que si en algún puntual momento remite a su pasado es porque hay filias que nunca se extinguen (la sombra de los Cure de finales de los ochenta y primeros noventa en “Rompe la ola”), pero también dispensa un par de cortes de los que de verdad duele escuchar – “Irurtzun”, “Último paisaje” – aunque convierta el dolor en serena esperanza en pasajes como “El canto del pájaro a mediodía” o “Caballo inquieto” mediante un lirismo sin pompa, del que es absoluto dominador. El disco es en sí mismo una bellísima elegía. Entre lo mejor que ha hecho nunca.

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