Siguen sonando como antes y eso, aunque pueda parecerlo, no es ni mucho menos una crítica a este nuevo disco de los londinenses. Una banda influyente como pocas (grupos como Franz Ferdinand les deben su existencia y Johnny Marr aseguró que sin ellos hubiera habido The Smiths) y semidesconocida como muchas, que me atrevo a decir que acaba de facturar su mejor disco desde “Charade” (99).
En ese nuevo larga duración, el que hace veinte de su carrera, aportan un buen puñado de canciones con ínfulas de clásicos como “Iceman”, “When I Get To Hollywood” o “Fantasy Creatures” cargados de la originalidad del sospechoso habitual Steve Brummell a la batería, los solos de órgano o cello de Jon Clayton, que además ejerce de productor, o el histrionismo de los tres titulares, Bid, Lester Square y Andy Warren, marca de fábrica difícil de replicar.
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