Seamos radicales, como ellos. O es una obra maestra o uno de los peores discos de la historia. A este dúo chico-chica neoyorquino no le suena la alta tecnología; la expresión lo-fi les va enorme; la filosofía “Do It Yourself” se la tomarían como un lujo; se disfrazan de conejo y burro para actuar, su irreverencia lírica alcanza niveles exorbitantes; desafinan y se descojonan a medio tema y dejan la grabación tal cual… Y, con todo eso, la música de Adam Green y Kymia Dawson, salida de la parte podrida de la Gran Manzana, provoca una inmediata adicción o un visceral rechazo.
Sus temas -breves, extraños, desnudos y aparentemente inconclusos- emiten el magnetismo de lo que oscila entre lo sublime y lo burdo, entre la obra del genio o del patán. Y durante el proceso de decisión, las voces rastreras, las guitarras raspantes, las “armonías” de despedida de soltero y las melodías sin barnizar se meten dentro y el moho de los melocotones mohosos cala definitivamente en tu interior. Porque da igual si son unos genios o unos timadores con la jeta muy dura: hacen pensar y demuestran que con una guitarra del Cash Converters, una batería de la Srta. Pepis, mucho valor y cierto talento se pueden tocar el corazón y la moral oficial. Y además los dos tienen proyectos en solitario.
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