El alza en las ventas de vinilos a nivel mundial en los últimos, digamos, quince años es un fenómeno fascinante. Recuerdo en un viaje de investigación musical a Berlín en 2009, quedarme perplejo ante la jugosísima oferta de vinilos; llamaba mi atención que el CD comenzaba a ser la cosa rara en las tiendas de música de toda la ciudad. Y esto no respondía exactamente a una tribu musical en concreto: pasaba en las tiendas de techno, de reggae, de jazz e incluso en las de hardcore o metal.
Todo este proceso de reaparición del vinilo condecorado con la noticia que publicó The Guardian en septiembre pasado contando que por primera vez desde los ochenta la venta de vinilos superó a la de compactos en Estados Unidos, resulta tan atrayente como fructífero.
Así como los amantes de la música ganaron mucho con este revival, también lo hicieron las publicaciones de tendencias, los decoradores de interiores, las tiendas de ropa de moda, las nuevas marcas de bandejas de diseño vintage, etcétera.
Vamos, que este comeback por todo lo alto repercutió en muchos niveles pero que rinden distinta pleitesía al verdadero quid de la cuestión: el sonido de la púa deslizándose por los surcos vinílicos.
El negocio vs. el romanticismo. El postureo vs. el placer de volver a escuchar música a consciencia. En ese acto loable, el de tomarse el tiempo para poner un vinilo, es donde la cultura de dedicarse a escuchar música ganó. Los que ya contamos más de cuatro décadas atravesamos el auge de varios formatos de reproducción musical. Nos fascinó el hecho de poder poner un cassette en el reproductor de nuestro automóvil, luego lo hizo la fidelidad delirante del CD que nos regalaba la sensación de haber sido bendecidos con una suerte de nueva manera de escuchar. Como si nuestras orejas tuvieran sexo por primera vez. Cuando llegó la posibilidad de grabar nuestros propios CDs la cosa se puso seria. Ni hablar cuando pudimos meter hasta quince discos enteros en un CD virgen gracias a la “magia” del mp3. Magia que nos llevó a llenar iPods de cada vez más capacidad aunque Apple nos rogaba desde el packaging del novedoso artefacto: “No robes música”. Y de pronto ¡Qué cómodas resultan las plataformas de streaming! Todo muy lindo, pero a cada paso, menos profundidad sonora, menos colores que escuchar. El humano y su forma de desarrollarse y crecer encegadamente, descubriendo métodos positivos impensados, pero cargándose valores en el camino.
¿Qué valores? Valores que no tienen que ver exactamente con el comportamiento humano, sino en este caso el valor del sonido, ese ingrediente fundamental en cualquier música grabada que podamos apreciar desde que esta existe, hace unos ciento setenta años. O, fíjate tú, el valor del tiempo para disfrutar de la música: un espacio enriquecedor, un alimento al alma.
Es innegable que el hecho de apoyar la púa en un vinilo es mucho más romántico que el de desbloquear un móvil con la mirada y darle play a una lista sugerida por un algoritmo de laboratorio ¿Por qué? Por muchas cosas, pero sobre todo porque posiblemente tengas la oportunidad de escuchar una obra en su totalidad (recuerda que deberás levantarte para dar la vuelta al disco, espero eso no sea muy molesto) y no un hit radial suelto, seguido por otro de formato muy similar (por no decir igual en muchos casos). Creo yo, el vinilo está devolviendo momentos de calidad a cierto tipo de personas. Hablo del tipo de personas que podrían disfrutar con profundidad de esta mega reedición de The Mars Volta a cargo del sello alemán Clouds Hill.
“La Realidad de los Sueños” es un lanzamiento que responde un poco a todas las situaciones descritas anteriormente: el éxito comercial abarcado desde la magia del romanticismo. Se trata de una caja continente de todos los discos de la banda que le cambió el gesto a la música progresiva, ese monstruo volador creado por Omar Rodríguez-López y Cedric Bixler-Zavala, reeditados en vinilo y, lo más importante, remasterizados especialmente para este fin.
Ese alucinante proceso está bien detallado en la entrevista que el productor del box set Johann Scheerer –colaborador longevo de Omar Rodríguez-López y dueño de los estudios Clouds Hill de Hamburgo– nos dio hace unas semanas.
En esta especie de tesoro psicodélico encontraréis todas las referencias de estudio de la banda en vinilo doble más las siguientes joyas de la corona voltiana: un libreto con testimoniales fotografías inéditas y la historia de la transición de At The Drive-In a la primera encarnación de The Mars Volta contada por sus protagonistas, dos pins, los singles “Eunuch Provocateur” (versión pre “Tremulant EP”) y el hasta ahora desconocido “A Plague Upon Your Hissing Children” y el mismo “Tremulant EP” editado por primera vez en vinilo.
Pero la que más excitará a los fieles seguidores del grupo es “Landscape Tantrums”, el disco maldito de la banda, las grabaciones sin terminar del clásico debut y máxima referencia de estudio, “De-Loused In The Comatorium”.
Podría pensarse que este material solo ocupa espacio en las obsesiones de los fans más acérrimos, lo cual es real hasta cierto punto, pero también cabe destacar que a pesar de contener los mismos temas que “De-Loused…”, se puede apreciar (afinando el oído y, otra vez, dedicándose a escucharlo) como un disco realmente distinto.
Las tomas instrumentales y de voz suenan más sanguíneas, más desprolijas y menos barrocas que las de “De Loused...”, una suerte de hermano más astuto para mostrarse, pero no por eso más interesante. Porque, como comentaba Scheerer en nuestra entrevista, la imperfección de The Mars Volta es también un aspecto que hizo única a la banda. Sin ánimo de establecer una pelea de celebridades discográficas, “Landscape Tantrums” no posee el golpe y la precisión quirúrgica de “De-Loused…”, pero muestra a la banda con sus intenciones desnudas, entregadas con completa sinceridad. Y resulta fascinante entender, a partir de la yuxtaposición de minutaje de las canciones, sonidos y arreglos, cómo influyó la participación de Flea como bajista y sobre todo el papel de Rick Rubin en aquel debut en una multinacional de la banda, sobre todo por cómo logró perfeccionar la técnica vocal de Bixler-Zavala. De algún modo para quienes estén habituados a escuchar “De-Loused”, este descubrimiento les hechizará en la forma en que lo hacen esos sueños cercanos a la realidad, pero con desfases capaces de confundir la conciencia.
En cuanto a la edición física no se puede hacer mucho más que sacarse el sombrero y aplaudir. La calidad de la impresión de las portadas de los discos, el nivel de detalle, el diseño de presentación, todo es excelente. Perdón por la cursilada pero se nota la dedicación y el amor puestos en el proyecto.
El box set funciona como una experiencia abierta, una amplia posibilidad de disfrute. Como las grandes películas o las obras de arte plástico clásicas que cambian de sentido ante cada vez que te posicionas ante ellas. Es que el sonido logrado mediante estas esforzadas remasterizaciones de Chris von Rautenkranz para vinilo tiene una profundidad que vuelve a poner al rock en un lugar de arte profundo, tal cual hicieron artistas como Led Zeppelin, Rush o King Crimson en el pasado.
La famosa compresión de los formatos digitales afortunadamente brilla por su ausencia y estas canciones habitantes cada una de un universo propio, ganan en naturalidad, sonando espaciosas, mostrando su biología como nunca antes.
Posiblemente esta manera tan ecuánime de hacer justicia al legado del grupo, sea el comienzo de una nueva etapa. Por lo pronto y especulaciones al margen, los fanáticos del grupo tienen en este material una excusa implacable para reconectarse con un catálogo de matices infinitos, volver a poner en valor a una banda que rompió esquemas y dio conciertos inolvidables durante diez años y, lo mejor, tienen una estupenda excusa para parar el frenesí diario y dedicarse nuevamente al paradisíaco arte de escuchar música.
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