El modo de trascender de algunos artistas es curioso y fascinante. Quien siga los pasos del vocalista y letrista Cedric Bixler-Zavala y del guitarrista y compositor Omar Rodríguez López desde los días de At The Drive-In conoce una historia plagada de picos creativos boicoteados por ellos mismos y etapas de brillo interestelar incomprendido por el gran público. Este par de artistas forjados dentro de lo que pareció ser un mandato impuesto vete a saber por quién que les empujaba constantemente a diferenciarse de otros músicos de su generación, se dio el gusto de dar vida a diversos proyectos consistentes, pero posiblemente ninguno como The Mars Volta, la banda que revolucionó el rock progresivo y el hardcore en el mismo instante, haciendo lo imposible: darle un buen sentido a la palabra melodrama.
The Mars Volta tradujeron la pretenciosidad del virtuosismo en un dialecto que cualquiera podía hablar, en el que el único requisito a respetar era el de estar completamente abierto a todas y cada una de las posibilidades que esta música ofrecía. Desde lejos parecía un trabajo complicado de afrontar, pero, al final, la música de The Mars Volta siempre fue ceremonial, un culto de la emoción sonora. Insisto: quizá suene complejo, pero es tan natural como querer desayunar apenas levantarse. Porque aún con niveles de talento demostrados y un vuelo definidamente destacable, el sonido del grupo de El Paso es la expresión libre, sincera y plagada de sentimientos del mencionado dúo y esos canales de expresión genuinos son los que, al final del día, hacen mella en la gente –curiosos, valientes, omnívoros musicales– que se ubica del otro lado del reproductor de audio o abajo del escenario.
“The Mars Volta” –el disco– es la sorpresiva vuelta de la banda a las primeras planas del panorama musical. Como continuación natural a lo que fue la edición de “La Realidad de los Sueños” de 2021 (aquella impactante caja que incluía toda su discografía remasterizada para vinilo) en conjunto con el sello de Hamburgo Clouds Hill, los muchachos del pelo rizado dan otra muestra de solidez espiritual y libertad conceptual y nos ofrecen este listado de canciones intimistas, delicadas, tramposamente minimalistas si tomamos como referencia los anteriores puntos en su discografía.
Tenemos aquí canciones centradas en la melódica voz de Bixler-Zavala, pensadas como un todo en el que lo barroco sucede pero con la sutileza y la idoneidad que da la experiencia. Experiencia volcada también en una lírica más profunda, con menos del vuelo delirante de antaño y aquellas palabras inventadas. Aquí Bixler-Zavala choca de frente con recientes experiencias familiares traumáticas y las trata con profundidad y belleza, trazando un modo de conexión con el oyente inédito en la historia del grupo.
Para comenzar, “Blacklight Shine” –el primer corte del álbum– ofrece unas guitarras que definen una era, moviéndose con destreza entre lo percusivo, lo incidental y lo sexy en el sentido latino de la palabra. Las impecables percusiones ponen al frente la importancia de la herencia latinoamericana del grupo y funcionan de transporte a una dimensión dominada por lo onírico y lo divino. A continuación llega otro corte lanzado con anticipación, “Graveyard Love” que comienza con un novedoso sample y una secuencia que debate protagonismo con el clima que propone la guitarra de Rodríguez López. Bixler-Zavala empieza a dar nociones de lo que será un disco que le posibilitará subirse a un nuevo nivel de capacidades, sobre todo en la precisión de lo interpretativo.
La cosa se vuelve aún más interesante en la tercera posición del tracklist. “Shore Story” es uno de los pasos serios que The Mars Volta da en esta nueva etapa, una vez más apelando a una composición a la que se le ve el alma. Aquí ofrecen una sorprendente forma de hacer soul desde el extrarradio del género, del modo que lo han hecho otros artistas como TV On The Radio o Georgia Anne Muldrow, por citar dos nombres.
“Blank Condolences” funciona como una continuación amoldada a “Shore Story”, levantando ligeramente la intensidad a fuerza de psicodelia setentera.
“Vigil”, también corte de difusión, representa el estado del dúo en plena experiencia religiosa, que aún sin coros multitudinarios, recorre el tipo de emoción que ofrece la música gospel. Algo similar sucede con “Cerulea”, “Palm Full Of Crux” y “Collapsible Shoulders”, todas canciones que tocan los extremos de la balada y el medio tiempo con delicada fineza, cada cual con sus detalles sonoros y estéticas propias.
Otro de los puntos altos del álbum: los cien segundos de “Que Dios te maldiga mi corazón”. Es que cuando la propuesta se latiniza se vuelve completamente irresistible. Otra vez las percusiones son deluxe y todo fluye sobre una declaración de magia negra en spanglish. Cuando concluye uno no hace más que lamentarse por el hecho de que será el último momento “latino” del disco.
En general, si se tratara de conseguir conectar ideas con pasos previos en la carrera del dúo creativo que comanda la misión, podríamos encontrar coincidencias climáticas con “The Clouds Hill Tapes parts I, II & III”, en el que Rodríguez López pensaba y ejecutaba parte de su copioso catálogo solista dándole una nueva visión a todo ello. Aunque en “The Mars Volta” no encontramos con facilidad los puntos de partida jazzeros que sí dominaban aquel recomendable álbum triple. Casos claros de estas conexiones son temas como la pianística “Flash Burn From Flashbacks” o el sentimiento melancólico de “Tourmaline”.
El ambiente se anima con medida cuando suenan la post-punk “No Case Gain” (que posee el charme de unos Talking Heads), la guiada-por-sintetizadores “Equus 3”, en la que el drama y la oscuridad vuelven al ADN del grupo de la mano de un coro en el que el piano improvisa de fondo sobre un muro sonoro en pleno movimiento. Alto punto de inspiración que trae a la memoria a otro de los proyectos del dúo, Antemasque.
Este aspecto más bien enérgico del trabajo llega a su cumbre en “The Requisition”, el cierre del disco y canción más larga de la colección –y eso que supera vagamente los cuatro minutos– y es quizá la mejor muestra para entender a estos nuevos The Mars Volta: aquí hay voces que hablan a las claras, hay bases de peso, hay una guitarra que cuenta una historia, pero ninguno de estos elementos necesita decir las cosas gritando y no por eso el mensaje no llega o llega malinterpretado. Lo que se dice un verdadero tiro en el centro de la diana.
A lo largo de estas catorce canciones, Rodríguez López y Bixler-Zavala –genialmente acompañados por Willy Rodríguez Quiñones a la batería y los históricos colaboradores Marcel Rodríguez López a los teclados y Eva Gardner al bajo– dan una clase magistral de cómo reconvertirse sin dejar de respetar lo más importante de su legado. Porque cuidadito: la música de “The Mars Volta” no es menos compleja que la que la banda hacía antes, simplemente está vestida por emociones terrenales que simplifican su mensaje.
Si pensáramos en la banda como un cuerpo humano prodigioso podríamos decir que en ese pasado de discos de temas larguísimos y rebuscados entramados filosóficos, sus células tenían cada una su propio corazón y su propio cerebro ¿Qué nos daba eso? Una música que parecía imposible de ser escrita y tocada por seres humanos normales. Hoy en día, las células de Omar Rodríguez López y Cedric Bixler-Zavala siguen teniendo sus propios sentimientos y pensamientos, pero se han puesto de acuerdo para entregar el disco más elegante, sofisticado y bello que jamás han hecho juntos.
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