En una sociedad como la actual, identificada con la sobreproducción y el consiguiente desaforado afán de consumo, el tiempo se ha convertido en un bien cada vez más escaso y por lo tanto de mayor valor. No es el ámbito musical ajeno a esa dinámica, más bien lo contrario, siendo esa famosa mano invisible que empuja a ritmo vertiginosos el mercado también rectora de sus ritmos creativos. De ahí que el momentáneo silencio -ya sea motivado por la pura reflexión, efecto de los insondables de la vida o por la mera necesidad de tomarse un respiro- adoptado por algunas bandas corra el riesgo de transformarse en olvido. No parece ser éste un miedo, quizás por la imposibilidad de poder evitarlo, que haya influido en el grupo procedente de Ziburu, The Lookers, que cuando parecían establecidos con sus dos primeros discos, la continuación ha tardado más de cuatro años en ver la luz. Una considerable temporada de parón que sin embargo ha generado un muy satisfactorio resultado a través de “Sabotage & Fun”, un álbum que debería disipar cualquier duda, tanto al ya conocedor del combo como al neófito, a la hora de subrayar su nombre.
Si este proyecto se inició entorno a tres amigos que rozaban la mayoría de edad, ahora, en 2023, esa fotografía es la misma pero tomada diez años después, por lo que evidentemente, es imposible que permanezca inalterable. Inmersos en esa época vital de desbordante juventud, donde la capacidad para absorber y nadar constantemente entre florecientes inquietudes es palmaria, quizás dicha condición les haya conducido a que ese sonido con el que se dieron a conocer, a base de arrebatos que mezclaban el punk, el power pop y el garage, un decálogo que ya en su anterior referencia (“Real Things”) había incorporado estados más calmados y clásicos, haya mutado sustancialmente en un nuevo álbum que intercambia su ímpetu juvenil por una lozana madurez que hace gala de un exquisito manejo melódico no exento de una pulsión vibrante.
Un recorrido estilístico que en todo momento ha sido escoltado por el productor fetiche de la banda, Ives, quien, pese al vínculo ya tejido con la formación, adquiere ese siempre imprescindible papel de observador externo capaz de vislumbrar con mayor clarividencia el camino que conduce al destino planteado por sus autores. Por eso, en un trabajo como el actual, su tarea toma mayor protagonismo a la hora de calibrar con perfecto tino la puesta en escena de un planteamiento que se esfuerza por cuidar más los detalles, esquivando a la perfección presentarla embutida en decorados incensarios pero sabiendo escoger la justa vestimenta que haga resaltar sus cualidades.
Que todas esas visibles novedades se dirijan hacia una construcción sonora más melódica no es sinónimo de que hayan dimitido de una naturaleza eléctrica -y no como un simple formato sino como una actitud- ahora manifestada entre contextos menos inmediatos y ruidosos, lo que les sigue mostrando recubiertos de intensidad bajo una cadencia dinámica y juvenil. Términos que por otro lado van a chocar con el concepto que despliega el álbum a través de sus textos. No hay atisbo en ellos de misericordia ni tregua existencial, dedicándose en exclusividad, aunque bien manejado con una ácida ironía que impide el ensimismamiento, a extender un catálogo de ruinas anímicas observado desde posiciones diferentes, ya sea escondido en un trasfondo íntimo como expresando el asfixiante entorno social.
A pesar de que van a ser excepciones aquellos momentos en los que la banda exprese su otrora esencial inmediatez, canciones como ”Citizens Left Alive”, con la energía y la rabia melancólica de unos The Jam, o “Roaming around”, manteniendo esa furia pero bien maqueada de rock and roll clásico, siguen demostrando que no han perdido un ápice de su buen manejo de la pegada instantánea. Incluso un tema como “Bad Decision”, que a la postre se definirá como la composición más rompedora al alargar su extensión hasta los seis minutos en una explosión de psicodelia y requiebros atmosféricos, comienza con un trepidante ritmo, el mismo que dirige “Everything Was Made by Mistake” mediante una ebullición de bases rítmicas que palpitan bajo la herencia de sonidos negros perfectamente actualizados, propiciando una tensión contenida cargada del aliento exhalado por los Stones y unos Oblivians desprovistos de distorsión.
Pese a esa aparente, y en realidad contrastada, variedad que exhibe el disco, hay un núcleo sonoro que hace las veces de vertebrador de un número muy significativo de melodías. A medio camino entre el poso del indie-rock primigenio, manifestado por ejemplo en unos The Lemonheads, y las trazas clásicas, con vistas a Big Star o Teenage Fanclub, encuentran su inspiración, procesada por el a estas alturas muy reconocible acento melódico de la banda, el circunspecto medio tiempo “The Future”, convirtiendo las esperanzas del mañana en un agujero negro, o el tono épico y dramático de “Asteroid”, que, como es fácil deducir, dibuja la estela de ese pedrusco de intenciones apocalípticas, convertido, por otro lado, en una oportunidad de reinicio.
Por el contrario, la bella y acústica “Center of the Universe”, pese a ese formato desenchufado, resulta uno de los momentos más imponentes desde su desnudez, como lo es otra “rareza” debido al tono casi latino que imprimen en su distendida conversación con Daniel Johnston y sus fantasmas en “Feed the Shadow”. El pop sesentero con el que cierran el repertorio, de la mano de “Back on the Moon”, esconde en su cálido pero inevitablemente afligido ritmo el peso insoportable de ese eterno retorno, una vieja y bella melodía que actúa cual sirena que señala hacia ninguna parte.
Cuatro años después, The Lookers han regresado; y no son los mismos, o mejor dicho, llevan puestos otros trajes, incluso puede haber cicatrices nuevas en sus almas, pero siguen irradiando ese contagioso ánimo musical que les hace reconocibles allá por donde decidan virar su sonido. En este caso la efusividad juvenil ha dejado paso a un mayor rango cromático y a melodías de raíz más clásica. Porque las canciones, como la propia vida, pocas veces ofrecen el camino más recto como solución para unir dos puntos, y aunque dicho descubrimiento pueda resultar dramático es una realidad que hay que asumir. El trío procedente del País Vasco francés ha utilizado este disco como un proceso catártico, fotografiando uno de esos momentos existenciales en los que uno tiene la sensación de que nada encaja. Y quizás nunca lo vaya a hacer, pero todavía no se ha inventado una cura más solvente para contrarrestar esa incertidumbre que las buenas canciones, y “Sabotage & Fun” las tiene de sobra, tantas incluso como para poder escucharlas con tal deleite que quizás nos impidan, durante ese espacio de tiempo que duran, percibir la tormenta que produce el caos universal.
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