Es tremendamente fácil aplaudir cualquier proyecto que tenga la firma de Beyoncé. Y si, a esto, además le añades el fervor que año tras año sigue despertando cualquier iniciativa ligada a “El rey león” en todo el mundo crear un disco que se convierta en un homenaje de su renacer en el cine se presenta más como una apuesta segura que como un reto. Sin embargo, Knowles no ha querido acomodarse del todo y tirar por el camino fácil. Y, pese a un gran cúmulo de debilidades, “The Lion King: The Gift” es mejor disco de lo que podría parecer desde la distancia.
Arrastrada por sus vicios habituales a la hora de crear y los valores centrales de la película, Beyoncé nos vuelve a hablar de las relaciones familiares, los conflictos matrimoniales, la herencia, la autoayuda… Sin aportar nada demasiado nuevo. Sin embargo, en lo musical, sí coloca parte de la industria musical africana (con la banda sonora de “Black Panther” como antecedente más directo) en el centro del mercado mundial y consigue que, de una vez por todas, Estados Unidos se interese por ese sonido afrobeat que tan bien funciona en Europa. Beyoncé busca aunar la esencia africana que impulsa la película por completo sin tener que recurrir a versiones de los clásicos o samplers que nos hubieran hecho conectar de forma directa. De esta forma, se aleja de crear el típico álbum pop cargado únicamente de estrellas (aunque también las hay) para darle el verdadero peso del proyecto a grandes voces de la música africana que necesitaban algo de estas dimensiones para dar el gran salto.
A grandes rasgos, “The Lion King: The Gift” es una especie de hermanamiento entre la cumbre del r’n’b americano, el afropop y el hip-hop. Derek Dixie firma como principal productor del proyecto (junto a la propia Beyoncé) haciendo que hasta en los temas en los que no aparece la estrella a nivel vocal podamos ver su esencia y su constante implicación en el álbum. Dixie ya trabajó previamente en “Lemonade” junto a la diva y, más recientemente, en el “Everything Is Love” que los Carters sacaron en conjunto. Así que sabe a la perfección que Beyoncé no es nueva en esto de explorar los sonidos africanos y acercarlos a su universo. De ahí que nos entristezca un poco que su primer proyecto en solitario en el se puede hablar de una inmersión en este sonido haya sido una especie de homenaje a un clásico de Disney con peligro a caer en el olvido.
Entre los puntos álgidos del álbum nos encontramos una inclinación hacia el dancehall en temas como “Already” o “Don’t Jealous Me” que Wizkid abandera a la perfección. Una hip hopera, y potente, “My Power” que cuenta con la producción del británico Moses Boyd y que alza la voz por la independencia de la mujer. Un himno pop que une mundos, como es “Water” con un seductor Salatiel y gracias a la entrada de P2J en el juego (figura tras algunos de los éxitos más recientes de Lily Allen, GoldLink e incluso Mark Ronson). O ese emotiva “Brown Skin Girl” que alejándose de la pomposidad de otras baladas del disco consigue que Beyoncé firme un buen tema que una a todas las mujeres de color del mundo en una sola (“Brown skin girl, ya skin just like pearls. Your back against the world. I never trade you for anybody else, say”).
Sin embargo, a pesar de todo esto, es un disco con bastantes carencias. Comenzando por esa sobresaturación de interludios con frases icónicas de “El rey león” que te destruye la capacidad de poder disfrutar del tirón del álbum. Es imposible no desconectar entre tema y tema; y hasta termina cansando. Por otro lado, pese a las buenas intenciones de Beyoncé de darle visibilidad a la música africana. De nuevo, nos encontramos con un proyecto que no representa al completo a todo el continente sino que se centra más en la parte sur y oeste. ¿Qué pasa con el resto? Lo mismo ocurre con la idea de que el álbum haya sido grabado en su totalidad en Los Ángeles y esa imagen que no para de rondar por nuestras cabezas de que Beyoncé no ha pisa África en su vida.
Además, curiosamente, los puntos más débiles del disco aparecen cuando la estrella recurre a su entorno americano para intentar crear un hit de forma artificial. Es el caso, por ejemplo, de esa “Mood 4 Eva” junto a Jay-Z y Childish Gambino. El tema se apoya en un sampler del “Diaraby Nene” de Oumou Sangaré (artista maliense, activista y defensora de los derechos de la mujer), para llenarlo de rimas pobres y una desacertada producción en la que colabora Dj Khaled. Y, hablando de intentar crear éxitos, no podemos olvidarnos de esa azucarada, excesiva y sobreproducida “Spirit” que cierra el proyecto (y que sí pertenece a la banda sonora original de la película); cuya intención es únicamente que se le aplauda para las futuras entregas de premios. Viendo todo esto, la pregunta ahora reside en si había una necesidad real en crear un álbum así simplemente por el apoyo a una película o si habría sido mucho más inteligente guardarse todas estas ideas para su siguiente movimiento real en el desarrollo su carrera en solitario.
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