The Libertines cargarán toda la vida con el sambenito de haber sido una de las grandes esperanzas de aquel renacer de la música de guitarras surgidas con el nuevo siglo en Inglaterra, además de una de las formaciones más mediáticas de su generación gracias a las andanzas –artísticas y extra musicales– de Carl Barât y, por su puesto, Pete Doherty (se aconseja leer su biografía “A Likely Lad. Un chaval prometedor”). En cualquier caso y pese a quien pese, los dos primeros discos del cuarteto –“Up The Bracket” (Rough Trade, 02) y “The Libertines” (Rough Trade, 04)– forman ya parte de la historia del indie-pop británico y sus artífices serán siempre recordados por ambos títulos.
El cuarto álbum de estudio de la formación londinense llega acompañado de la duda acerca de qué esperar de esta nueva obra, casi diez años después del prescindible “Anthems For Doomed Youth” (Virgin, 15). Como era lógico, el elepé alberga canciones en su línea habitual con ecos a The Clash, The Jam, Buzzcocks, The Specials o The Replacements, algo gamberras pero relativamente sólidas. Hasta un total de once entre las que se encuentran, digámoslo ya, algunas de las mejores piezas del combo desde los momentos incontestables del grupo.
Lo hacen blandiendo con orgullo un estilo reconocible que, sin presumir de elementos particulares ni inventar nada, cuentan con esa mínima chispa diferenciadora que prende en el desarrollo de las propias canciones. Los cuatro intachables singles que ejercieron como adelantos aumentaron el optimismo, desde la directa “Run Run Run” al medio tiempo “Night Of The Hunter”, pasando por “Oh Shit” y “Shiver”. Unas destacadas a la que cabría añadir “I Have A Friend”, “Be Young” y “Merry Old England”, si bien quedan algo diluidas al contacto con cortes de menor nivel.
Como era de esperar, “All Quiet On The Eastern Esplanade” (Universal, 24) queda lejos de aquel zenit compositivo (convenientemente aderezado con excesos y tópicos del rock & roll llevados a su máxima expresión) de antaño, pero a cambio es un trabajo que se disfruta con facilidad, deja alegrías evidentes y, en el peor de los casos, agradará a cualquier seguidor del grupo. Y, ante todo y a pesar de la irregularidad, es una referencia que acoge las que sin duda son las canciones más lustrosas de la segunda etapa de The Libertines, superando con creces a la entrega previa. Seguramente eso y no mucho más es, justamente, lo que cabe esperar del grupo veintidós años después de su debut.
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