Cuando el éxito de tu carrera comienza a fraguarse incluso antes de que tus canciones sean de acceso público y puedan ser escuchadas con entera disposición, el respetable tiene el legítimo derecho a vacilar y dudar sobre la plausibilidad y efectividad de dicha propuesta. Vamos, la eterna duda entre estar ante una verdadera revelación o un producto manufacturado del que sí o sí tendrán que terminar hablando los medios. Las jovencísimas componentes del quinteto británico The Last Dinner Party son conscientes de estar jugando con esa presión desde el minuto uno (pocas bandas terminan teloneando a los Rolling Stones sin ni tan siquiera haber lanzado su primer tema), y aun sabiendo que el foco de la expectativa más crítica iba a posarse sobre ellas, su insólita entereza les ha permitido firmar una carta de presentación al mundo que captura tanto la excepcionalidad de su envoltorio como el esplendor de su talento.
Tan pronto como esos primeros compases orquestales, puramente cinematográficos y sobrecogedores, acontecen a lo largo de su minuto y medio de apertura, tenemos claro que “Prelude to Ecstasy” (24) no es un debut sin más. Por sus respectivos adelantos, bien sabíamos que todo cuanto Abigail Morris y su banda tenían para ofrecernos era arte, alta costura, romanticismo, exceso barroco y hedonismo clásico, pero degustar ahora sus doce cortes del tirón, hermanados por ese contexto melodramático tan delicioso que los define, realza y subraya los matices de una obra singular que encuentra en la raíz de la teatralidad y el rock operístico las mieles más propicias para distanciarse del pop convencional.
Sus letras, salpicadas de pasión, iconografía religiosa y poesía cruda, escapan de cualquier arquetipo lírico al uso y apuestan por estructuras intrincadas que, combinadas con la fantasía evolutiva más inmersiva (“On Your Side”) y el preciosismo trascendental de los finales en alto (“Mirror”), resultan arrebatadoramente únicas. Y es que, capitaneada por la mano invisible de James Ellis Ford en la producción, la particular epopeya de estas londinenses logra evolucionar hasta abrirse camino por encima de sus vastos referentes, hallando su propia voz a caballo entre la soberanía femenina de ABBA (“Sinner”), la epicidad oscura de PJ Harvey (“The Feminine Urge”), el glam más rimbombante de los setenta (“Portrait of a Dead Girl”) o la tragedia antigua de la mismísima Safo (“Gjuha”). Un terreno abonado con hermosos nutrientes que convierte las páginas de este confesional diario en una ventana indiscreta con vistas a la más entrañable privacidad de sus responsables (“I wish I knew you before it felt like a sin”), mostrándonos de paso un subtexto liberador y coral, ávido por romper tabúes desde una narrativa queer y cercana que remueve los cimientos de su pasado (“Teach me how to do as you do, guide me, show me how”, cantan en “My Lady of Mercy”).
A sabiendas de tener que, como mínimo, equiparar el producto con el hype creado en torno a su respectivo advenimiento, The Last Dinner Party debutan demostrándonos a todos estar a la altura de cualquier previsión pronosticada sobre su hacer, sembrando en nosotros desde ya la necesidad de volver a tenerlas en nuestro país con su primer trabajo en la mano, y desatando nuestras dudas sobre cómo se las apañarán para superar en el futuro un primer disco tan exquisitamente redondo.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.