Tras la publicación de un interesante debut homónimo (que ya presagiaba el alcance de su potencial) y la anecdótica aventura junto a The Lizards, el londinense Eugene McGuinness se sacude la timidez para mostrar una creatividad definitivamente desatada a lo largo del segundo álbum firmado bajo su propio nombre. Un trabajo certero y de inteligente construcción, en base a la seguridad otorgada por un amplio conjunto de canciones inmediatas y descaradas. El artista conduce la entrega manejándose con ambiciosa convicción entre una decena de verticales aciertos que combinan pop vistoso y despreocupado con una fina capa de electrónica accesible para todos los públicos. La férrea interpretación vocal del joven músico comparte protagonismo con la electricidad serpenteante y los aires grandilocuentes de las composiciones, colocadas a lo largo de un disco de indudable validez y claro aspecto contemporáneo.
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