El nuevo disco de la cantante es un ejercicio acomodaticio, autocomplaciente, mecánico y falto de chispa. En un intento por dotar a sus canciones de un matiz pop (con dejes psicodélicos) acorde a su estatus actual, la Gray se ha dejado por el camino aquellos aspectos que engrandecieron su predecesor: soltura, arrojo y luz propia. “The Id” suena frío y monótono, y su deliberada comercialidad le resta, paradójicamente, gracia y accesibilidad al disco. Ni las colaboraciones de Mos Def, Angie Stone o Erykah Badu consiguen animar un álbum que empieza y finaliza nublado, casi aburrido. El difícil segundo disco ha resultado ser una soberana decepción.
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