Desde que escuché por primera vez a John Paul White, al frente de The Civil Wars, he tenido con él una relación curiosa. Creía que era un músico que debía gustarme. Se le comparaba permanentemente con auténticos tótems contemporáneos para un servidor como Justin Townes Earle o Josh Ritter, pero nuestra relación no acababa de cuajar del todo. Con The Civil Wars se me hacía ligeramente aburrido, y solo en puntuales apariciones en trabajos de Lindi Ortega, Dylan LeBlanc o Hiss Golden Messenger hacía que siguiera manteniendo la idea de que un día lo nuestro funcionaría. Algo que se acabó de confirmar cuando lo vi junto a Rodney Crowell y Rosanne Cash luciendo en aquella espléndida “It Ain’t Over Yet”. El mantenimiento de mi esperanza no ha sido en vano.
Para grabar “The Hurting Kid”, John Paul White empezó a buscar en viejos mercadillos discos de Jim Reeves, Chet Atkins y, sobre todo, Roy Orbison. Se montó un estudio casero justo al lado de los míticos Muscle Shoals, en el distrito de Florence, Alabama, y enfocó la grabación de sus nuevas canciones a conseguir que estas sonaran como si hubieran sido grabadas hace sesenta años. Y vaya si lo ha conseguido. El aroma orbisoniano recorre toda la producción, pero los nombres citados se nos aparecen en tantas ocasiones como los de Roy Clark, Glen Campbell o Doc Watson. Desde el vals de “Heart Like A Kite” al rock de “The Long Way Home”, todo está prendido de una exquisitez inaudita en los tiempos que corren. Que los críticos nos precipitamos al calificar muchos discos de obra maestra es evidente. Que este es una de ellas, también. Y si no, ya vendrá el tiempo a dar y quitar razones.
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