Overdriver
Discos

Overdriver

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12-02-2025

Si algo identifica a muchos de aquellos proyectos de diversa naturaleza musical que alcanzaron resonancia –de mayor o menor envergadura– en un momento pretérito, es la común resistencia a firmar su acta de defunción creativa definitiva. Una ceremonia de inmortalidad, entonada bajo distintos grados de dignidad según el caso, que irremediablemente se ve obligada a tener que negociar con las huellas depositadas por el paso del tiempo. Cuando The Hellacopters, uno de los puntales de esa troupe que con paso furioso cambiaba de siglo desde Escandinavia, anunció en 2008 su disolución, dicho final fue revertido al cabo de una década escasa para posar sus pies de nuevo sobre el escenario, puerta de entrada a lo que sería un regreso también a los estudios de grabación. Una resurrección que ahora, con “Overdriver”, alcanza un segundo episodio afrontando la inevitable disputa que en estas situaciones se dirime entre los fogosos recuerdos y un presente moldeado por múltiples descubrimientos.

Si con aquel primer encuentro con esta nueva existencia, titulado “Eyes Of Oblivion” (22), la banda escenificó la lógica indefinición entre recuperar el carácter más incendiario asociado a su nacimiento o apostar por los aprendizajes acumulados, su continuación disipa esas dudas, y por extensión se manifiesta más equilibrado que su predecesor, aceptando su evolución y renunciando a buscar reverdecer, quizás de manera impostada, sus expresiones más descarnadas. Determinación que traducido al currículum de los suecos significa que sus actuales composiciones son directas herederas, o continuadoras, del álbum que sirvió de colofón –al menos en cuanto a material original– a esa primera etapa, “Rock & Roll Is Dead” (05), o incluso del proyecto que abandera en la actualidad Nicke Andersson, su principal compositor y en esta ocasión único productor, Imperial State Electric. Ascendencias que si bien pueden no saciar de manera plena, a priori, los instintos más primarios de sus seguidores, del mismo modo se antoja como una reanudación del camino más natural.

Pero la decisión de escoger ese tipo de ubicación sonora no debería trasladar un mensaje de adocenamiento ni de domesticación, palabras que no conjuga el grupo y que en este álbum tampoco se incorporan a su diccionario. Con la baja de Dregen a cuestas, convaleciente todavía de su mano izquierda, la formación decide no sustituir a su aguerrido guitarrista, al contrario que sucede en los directos, y se presentan como un cuarteto que hace de ese pedal de distorsión que decora la portada la efigie a la que rendir pleitesía. Una declaración de intenciones, o de principios, que es avalada por una fogosa apertura, “Token Apologies”, que brinda por el error como materia consustancial al ser humano entre andanadas rubricadas por MC5 o The Who. Un ensalzamiento, o al menos asunción, del inevitable hábito de tropezar insistentemente con la misma piedra que “Wrong Face On” se encarga de consolidar bajo un trepidante ritmo insuflado de tensión y que con “Faraway Looks” alcanza su clímax alentado por redobles de batería y desaforados riffs. Piezas todas ellas que trasladan el legado más estruendoso de la banda, el mismo que avalaba el bautizo de su rock and roll bajo el término high-energy, a su momento presente.

Lejos de buscar horadar ese terreno a base de un golpeo insistente, el álbum opta por hacer de esa musculatura sonora solo una de las facetas que esgrimen estas composiciones. Lejos de su otrora política de calcinar el suelo que pisaban, la apuesta escondida tras este “Overdriver” pasa por, incluso, presentar esos ademanes que asumen su sintonía con el hard rock bajo un trazo versátil. Aportaciones que se materializan en un ambiente de sinuosa épica, en un gesto de afinidad con el título de la canción “The Stench”, una inmersión en esos pozos sépticos morales que pretenden tapar las apariencias, que les sitúa cercanos a esa brillante anomalía llamada Blue Öyster Cult o lúdicos ensayos eléctricos (“Don't Let Me Bring You Down”) que no distan sustancialmente de postulados glam. Transformaciones en el dibujo de los decibelios que no impiden a la formación acumular la suficiente entereza para erguirse inmaculados bajo tonadas clásicas como las comprendidas en “Leave A Mark”.

Posiblemente cuando alguien se acerca a un disco de The Hellacopters no tenga como una de sus máximas aspiraciones saciar sus suspiros melancólicos, pero esa es una de las conclusiones que, aunque encofradas entre electricidad, se pueden desprender de temas como “Coming Down”, retrato de la zozobra existencial (“Es difícil ser un santo / En un mundo de pecadores”) o “Do You Feel Normal”. Articulaciones de un concepto musical ligado esencialmente a la configuración “power popera”, eufórica, eso sí, que encuentra en “(I Don’t Wanna Be) Just A Memory” (un suculento título para aquel diente afilado que desee trasladarlo a la biografía de la banda), a medio camino entre la elegancia de Big Star y la vitalidad melódica de Cheap Trick, uno de sus argumentos más sólidos. Pluralidad de proposiciones a las que todavía hay que añadir el ágil acercamiento a una atmósfera psicodélica, con un pie en The Beatles y otro en Alice Cooper, por mediación de una “Soldier On” que extiende todavía más el terreno donde posa su firma la banda australiana.

Quizás tenga razón el habla cotidiana cuando entiende como lógicas las cargas que tienen que aceptar los cargos, y en este caso el conquistado por la banda de Nicke Andersson significa ostentar el papel de uno de los grades revitalizadores en las últimas décadas del sentido más contundente del rock and roll. Pero no menos cierto debería ser que si los propios protagonistas han adecuado ese robusto trono a una faceta menos impactante a primera vista, su público tendría que ser capaz de acondicionarse también a ese nuevo escenario. A partir de ahí, a un disco como éste le vendría muy bien ocultar el firmante en un sobre lacrado solo desvelado tras disfrutar de su contenido. A lo mejor de esa forma habría una mayor receptividad por parte de ciertos sectores a lo que, al margen de referencias previas y citas con la historia, se postula como un notable disco digno de ser disfrutado con apetito. Como reza uno de los versos que componen este cancionero, The Hellacopters se niegan a ser solo un recuerdo, una aspiración difícil de lograr cuando muchas veces seguimos empeñados en vivir solo de recuerdos.

 

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