Sus canciones tienen la desvencijada – pero a la vez palpitante – hechura del mejor pop deshuesado de las últimas décadas, tal y como podía esperarse de un trío encabezado por un vástago de Robert Forster (The Go-Betweens). De hecho, sus melodías caminan sobre un alambre aún más fino que el que sostenía los balbuceos de Forster y McLennan (hasta en su puntual utilización del violín se parecen), aunque tampoco es de extrañar que los nombres de otros especialistas en emocionar con las manos prácticamente vacías asomen también cada vez que alguien trata de resumir su pliego de intenciones: The Velvet Underground, The Modern Lovers o cualquier adalid del mejor twee pop. A los que servidor añadiría a los encantadores Papas Fritas, cuyo eco resuena en preciosidades como “Losing Myself”, con la percusionista Ryley Jones añadiendo un dulce contrapunto vocal femenino.
En esencia, lo que logran con este segundo álbum Louis Forster, James Harrison y Riley Jones, apenas arañando los 19 añitos, es que su teen angst se traduzca en un manojo de excitantes canciones como “Make Time 4 Love”, “She Knows”, “Sleep EZ”, “A Few Times Too Many” o “Get Out”, que ganan enteros respecto a su debut gracias al corpóreo trabajo de producción de Cameron Bird y James Cecil, de Architecture in Helsinki. Eso sí, los de Brisbane harían bien en no pasarse de frenada y madurar mejor sus directos, porque los de su última gira española desmerecen el contenido del disco y desfilan sobre esa finísima línea que separa el encanto casi virginal de una banda en bendita formación, libre de ortodoxias y corsés, de un amateurismo mal entendido y poco presentable. Aún están por hacer. Habrá que darles tiempo.
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