En el mundo de la música pop, no es tanto llegar el primero como persistir. Genialidad como resiliencia. Lo sabe muy bien el colectivo de Brighton liderado por Ian Parton, surgido en paralelo a un revival brit de guitarras (Franz Ferdinand, Maxïmo Park, Kaiser Chiefs et al) cuya coyuntura ni mucho menos auguraba entonces, allá por 2004 o 2005, que The Go! Team seguirían siendo los frescos del barrio casi dos décadas después. Menos aún tras los frecuentes cambios de personal y los amagos de disolución que amenazaban su estabilidad allá por 2011. Pero lo son. Sin necesidad de cambiarle muchas comas a su discurso. Con una fórmula que sigue extrayendo oro de algo tan antiguo como es la técnica del sampler, o los beats del hip hop de la vieja escuela. Basta escuchar la inicial “Let The Seasons Work”, con sus trompetas exultantes, su alboroto cut’n’ paste y su melodía ensoñadora, para imaginar lo que sería un imposible cruce entre los Pale Fountains, The Avalanches y My Bloody Valentine, si es que algo así es posible. Salvando todas las distancias imaginables. Es (aún) puro Prozac sonoro para tiempos grises. Un chute de vitalidad al que no conviene hacer ascos.
Lo milagroso es que no hayan perdido la frescura por el camino, quizá también por su habilidad para renovar su nómina de colaboradores reclutando a gente muy joven que les insufla savia nueva, como la adolescente y hasta ahora anónima Jessie Miller, quien añade dulzura a ya la de por sí melosa “A Bee Without a Sting”, o ese Kansas City Girl Choir que toma el relevo al Detroit Youth Choir (¿es el mismo coro con distinto nombre? ¿hacen castings a la puerta de las escuelas? ¿los coleccionan?) impregnando de una infantil jovialidad gran parte de este sexto álbum.
Le dan al bubblegum pop a lo Jackson 5 que da gusto en “Cookie Scene”, con el rap expeditivo de Indigo Yaj, resuelven explosiones sampledélicas marca de la casa como las de “Freedom Now” o “Pow”, que tanto recuerda a la era old school de Beastie Boys o The Bomb Squad, y se marcan benditas regresiones más inglesas que el fish and chips (y no por ello detentoras de un solo gramo de melancolía, nada de eso) como “Tame The Great Plains”, entre la herencia northern soul y el espíritu de Two Tone. Y nos dejan, como no podía ser de otra forma, con ganas de tenerlos otra vez por aquí en alguno de nuestros festivales como desengrasante en medio de tanta ínfula de trascendencia, rendidos a su país multicolor. Bendita ligereza que debería recetada por prescripción médica. Claro que sí. Y a todo esto, ¿habrá parte 2?
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