Un disco que requiere de atención y paciencia es, a priori, estimulante; pero si además viene firmado por el líder de la que fuera una de las bandas clave de los noventa, más aún. Billy Corgan está cansado de acometer frustraciones y proyectarlas en canciones-espejo con toda la gama de estados de ánimo para esquivar/afrontar su megalomaníaca personalidad.
Ahora, dice, pasa cuentas consigo mismo de manera sosegada. Siendo entonces éste un trabajo muy suyo el artista pretende soltar lastre y distanciarse de sus anteriores grupos, los Pumpkins (donde nunca supo estar, Billy dixit) y Zwan (donde nunca quiso estar). En los cortes menos cerebrales lo logra -“Sorrows (In Blue)” o “Strayz” entran muy bien a pesar de ofrecer la vis más oscura de Corgan, o quizá debido a eso- y en temas como “Walking Shade” o “DIA” se queda algo corto, por no hablar de la fallida versión de Bee Gees con Robert Smith en los coros. El resto es sencillamente bueno, pero lo definitorio del global es que se palpa un viaje al pasado en forma de homenajes a considerar. ¿Regresión voluntaria, deuda o guiño? De Escape With Romeo a Bowie, UV Pop, New Order, todo un catálogo de agradecimientos en forma de bellos paisajes, nada comerciales, nada actuales y, a pesar de todo, permanentes.
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