Cualquiera de las cualidades necesarias para ser uno de los grandes se podría sintetizar con la siguiente frase de Godard (Jean-Luc): “Arte es cuando la forma se convierte en estilo”. Marc Bolan fue capaz de materializarse con frecuencia en el mejor, y cuando en 1977 murió en un accidente de coche nos legó su última gran obra. No tuvimos que verlo convertido en Elton John. En 1976-1977, Bolan, a punto de engrosar sin saberlo el listado de los desaparecidos antes de tiempo, maquetaba en Londres canciones alucinantes, empapadas de la vibración del rock’n’roll, el sustrato cosquilleante del pop y su amor por Gloria Jones. Bolan ama, Bolan es más Bolan, más real. La forma que se humaniza y se convierte en estilo, que diría Godard. Estos “cortes finales”, descaradamente work in progress, son la humanización última del dandy del inframundo. Borracho de amor, todavía lascivo pero dulce a la vez, y agradecido por amor, inspirado hasta el fin, como pocos lo están tras diez años inagotables y descendiendo la ladera de la aceptación popular. Bolan no llegó a cumplir los treinta y algunas de estas canciones (una pena) no conocieron su forma definitiva, pero aún así emanan el estilo de, sin dudarlo, uno de los mejores artistas pop de este mundo.
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