Mitigada la furia esgrimida en los años dorados del punk angelino Exene Cervenka calza los zapatos de una madurez sabiamente asumida. Todo el ardor de “Los Angeles”, “More Fun In The New World” o “Wild Gift”, discos firmados con X, ha quedado soterrado en favor de un plácido sendero en cuyos márgenes florecen buganvillas y desaparecen los cactus. Al margen de su militancia en The Knitters, Auntie Christie y The Original Sinners, la carrera de Cervenka en solitario viene de varias décadas atrás. En “Old Wives Tales” (1989) ya demostraba que de los imperdibles y los pelos de colores a las guitarras slides, los banjos y los violines había una fina línea que su personal voz podía traspasar sin producir repudio alguno. Y es algo que ha demostrado de manera fehaciente a lo largo de otros cinco discos más en solitario. Con su garganta algo más almibarada que en sus tiempos de juventud, y un timbre que no anda muy lejos del de Dolores O’Riordan, la diva de cincuenta y cuatro años pinta amaneceres de tonos pastel con el desierto en lontananza (“Alone In Arizona”); dibuja inmensas praderas en las que imaginarse a vetustos colonos con carretas (“Dirty Snow”) y erige montañas de genuino espíritu hillbilly (“I Wish It Would Stop Raining”).
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