No importa que seas el líder de uno de los grupos de rock más grandes de los noventa. Si has tenido una infancia complicada (diversas operaciones en la vista deben provocarla) tu vida va a resentirse para siempre. Por eso a nadie le extraña que Thom Yorke haya publicado un disco en solitario como éste, un trabajo que nadie reclamaba, que nadie pidió –a Jonny Greenwood sí le pidieron que crease ”Bodysong” para dotar de banda sonora a un documental-.
Seguramente Yorke necesitaba continuar abriéndose las entrañas y experimentando con la electrónica, en la mayoría de los casos ambas cosas a un tiempo, a veces una sí y otra no. Esa es la sensación que uno tiene tras escuchar millares de veces “The Eraser” e intentar entender por qué es un disco de Radiohead sin Radiohead. Y es que aunque al escuchar canciones como “The Clock”, la neurótica “Skip Divided” o “Cymbal Rush” –pieza con la que el británico cierra su disco- uno tenga la sensación de que Yorke nos las está susurrando al oído entre guitarras tímidas y un amable colchón de electrónica, en el fondo todos sabemos que “The Eraser” es un trabajo que el artista no ha creado para nosotros sino exclusivamente para él, para reflejarse en el presente como se veía en los tiempos de “Kid A”. Y puede que por ello no nos pille tan por sorpresa como sería de imaginar. Quizás su pero sea que conocemos ya a Yorke y aún más lo que supuso “Kid A” en su carrera y en su sonido.
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