La historia de la música nos ha ofrecido muestras más que sobradas del caprichoso sentido de la lógica del que hace gala, siendo esquivo a dar por buena cualquier formulación apriorística, ni siquiera aquella que señala que la conjunción de talentos deriva necesariamente en un resultado de alto nivel. Eso ni mucho menos significa que no existan uniones, como las que se dan cita en la banda de Portland, The Delines, donde las diferentes genialidades que confluyen desembocan en un proyecto realmente exquisito. De hecho si nos referimos a esta formación estadounidense, más allá de las diferentes disquisiciones estilísticas que se puedan hacer acerca de ella, sobresale por haber instaurado un clima sonoro basado en una delicada evocación que les define allí donde se dirijan.
Capitaneados por la dupla Amy Boone y Willy Vlautin, sin ánimo de desmerecer ni mucho menos la soberbia alineación que completa el combo, sus aportaciones a la identidad adquirida por la banda, que pese a matices y derivaciones se instala en el country-soul, son fácilmente distinguibles. Y es que al talento narrativo –confirmada en su faceta de escritor– y compositivo del miembro de Richmond Fontaine encuentra una perfecta plasmación interpretativa a través de la bella y elegante, pero intensa, voz de la cantante. Una sinergia completada por una puesta en escena que no hace sino implementar el poder de una embelesada atmósfera de la que también es participe la figura del productor, John Morgan Askew, quien les ha acompañado fielmente en sus tres trabajos publicados.
“The Sea Drift”, haciendo honor a su título, funciona como un recorrido costero por diversas localizaciones de Estados Unidos filmando ese tipo de personajes vapuleados por la vida, o las circunstancias, y que el trazo “carveriano” con que Vlautin los diseña termina por transformarlos en todo en crisol de lamentos y calamidades con los que diseccionar la cara más desasosegante del llamado sueño americano, aquí convertido en pesadilla cotidiana. Biografías que no pueden encontrar una voz más idónea para ser retratadas, y relatadas, que la aportada por Boone, que luce inconmensurable, quién sabe si reflejo de su por fin total recuperación de los achaques que durante años ha cargado con motivo de un grave accidente automovilístico. Si importante en la naturaleza de los temas es dicha aportación vocal, no lo es menos, y sobre todo en un trabajo como éste, el paisaje instrumental del que se acompaña, haciendo para esta ocasión más hincapié en una faceta soul que adopta una manifestación sombría, intimista y cosmopolita, espejo del carácter nocturno con el que parece ejercer su mirada el disco al mundo que le rodea.
Pese al papel secundario, o de transición, que muchas veces toman las piezas instrumentales dentro de un repertorio, en esta ocasión, las dos aparecidas en el álbum (“Lynette’s Lament” y “The Gulf Drift Lament”) pueden considerarse como el mejor ejemplo del tipo de musicalidad sobre el que se asienta el resto. Con regusto a jazz, y un sonido urbanita, noctámbulo, al tiempo romántico y melancólico, que nos traslada hasta un Chet Baker tocando con la única compañía de la luna mientras observa la vida más allá del cristal, ambas composiciones se erigen como temperatura ambiental del conjunto. Resonancia que se extiende a través de una fluida pero meticulosa instrumentación, establecida sobre una destacada presencia de teclados, trompeta y violines, que nos postrará ante la sobrecogedora sobriedad de “Little Earl”; deslizando un punto seductor en “Drowning In Plain Sight” o presentándose entre la penumbra intrigante de una “Saved From The Sea” que asoma sigilosamente en terreno conquistado por The Handsome Family. La aparición del empuje eléctrico propiciado por unas guitarras que destilan ritmo funk, colaboran a asentar el soplo optimista que acoge “Hold Me Slow”, mientras que “Kid Codeine” sobresale como la más campestre, o country, del lote, contexto que sumado al uso de metales le hace circular por ese cruce de caminos en los que coincidir con Calexico.
Frente a ese predominante decorado vestido de matices y detalles sonoros, aparecen, sin ánimo de contraponer sino al contrario de incorporar sensibilidades, otras realizaciones que buscan su punto de impacto precisamente en un espíritu más minimalista y parco en acompañamientos, una apuesta que redunda en el elemento emotivo a la hora de coreografiar la disolución de una relación afectiva sobre una atmósfera desnuda (“All Along The Ride”) o valerse de la guitarra española para situarla en primer plano como guía de una desnuda y sublime “Surfers On Twilight”.
“The Sea Drift” es un disco que, por supuesto, se puede escuchar con fascinación, pero también se puede leer con deleite, y sobre todo, es imposible enfrentarse a estas canciones sin caer cautivado ante su particular y preciosista bruma. Un álbum que pese a su contenido y localización costera está enfocado bajo la óptica de la luz nocturna, la que sustituye los rayos de sol por los que emanan de farolas, luces de neón o errantes estrellas. Una sucesión de magistrales relatos musicados que nos enseñan a mirar un mapa que, si desde lejos puede intuirse impoluto, de cerca se alcanza a contemplar con nitidez todos sus pliegues y caminos quebrados.
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