Ian Astbury y Billy Duffy han hecho las paces. O al menos lo hacen ver. Como mínimo, ahora Astbury le tira flores a su compañero: “Estoy absolutamente enamorado de la pieza musical que ha construido Billy”. Nunca antes había dicho algo así. Quizás al principio de sus carreras, cuando los egos todavía no chocaban tanto como en las épocas en que tenían un gran éxito. Puede que sea la edad o que ya, no importa quién de los dos maneje el cotarro.
The Cult han medido mucho sus pasos en los últimos tiempos, no sacan un disco porqué sí, solo cuando creen estar preparados. Por eso, la posibilidad de un resbalón o un paso en falso no entra en la ecuación. Si “Hidden City”, su último disco de 2016, sorprendía por su energía y un sonido limpio obra del productor Bob Rock, muy en la línea de lo que hicieron en “Sonic Temple”, ahora vuelven a terrenos más densos y laberínticos. Algo que dicho sea de paso, también se les da bien. De hecho, pocas veces han repetido la misma fórmula. Les gusta cambiar de estilo y de percha. Se dejan llevar por las sensaciones, por momentos puntuales. En este caso, una puesta de sol en Finlandia que iluminó a Astbury. A partir de esa imagen y la reacción de la gente que estaba allí, han construido la pirámide de un disco que nos habla de cómo está el mundo, de cómo tenemos que hacer caso a la naturaleza y sus caprichos, todo esto bajo la lupa de pájaros que cantan, la física cuántica y la influencia de William Burroughs y el budismo.
Con todo esto, el paquete sonoro del disco es sólido. Aquí, en comparación a “Hidden City” brilla más el conjunto, la secuencia que hay entre canciones, Ian Astbury está pletórico a la voz y Billy Duffy lo conduce por carreteras, unas que son conocidas y otras por las que aún no habían transitado, lo cual tiene mérito. En “Knife Through Butterfly Heart” resurge la onda arábiga de Led Zeppelin, “A Cut Inside” es la más eléctrica y profunda. No obstante, la canción que mejor resume el espíritu del disco, es la homónima que le da título. Suena como cualquiera de las gemas del disco de la cabra, aunque sin la capa electrónica y como si te la llevases hasta ese rincón inspirador en el que el sol domina el mundo.
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