Creo que no ha sido la brutal exposición mediática a la que ha sido sometido tras el inusitado -por dimensiones y también por insospechado- éxito de “Im A Bird Now” la que me hace recelar aún hoy de Antony.
Su segundo disco pecaba de ampuloso y excesivo, aunque posiblemente fuera ese exceso lo que llamó la atención de un público que casi podemos calificar de masivo. Desde entonces Antony se lanzó a una obsesiva carrera de colaboraciones que fue de lo anecdótico (Björk, Marc Almond, Matmos y cien más) a lo sorpresivo (esa reinvención por la vía del sonido disco que es Hercules And Love Affair). Un largo camino de casi cuatro años -“Im A Bird Now” data de febrero de 2005- que, una vez escuchado su nuevo trabajo, le ha venido realmente bien para reorganizar su discurso. Porque las diez canciones que componen “The Crying Light” resultan un ejercicio de contención en todos los frentes -vocal, de instrumentación, y también de minutaje- en el que el personal y barroco universo de Antony queda a salvaguarda pero nada suena gratuito ni resulta fuego de artificio. Dice él que este disco se inspira en los elegantes a la par que angustiosos movimientos del bailarín Kazuo Ohno, y no cuesta entender por qué.
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