Con grupos como The Church me quito el sombrero. Los australianos hace mucho tiempo que son ante todo el vehículo expresivo del bajista y cantante Steve Kilbey (único miembro original), empeñado en depurar su personal visión del rock psicodélico y romántico, lleno de intrincados y celestiales arpegios de Rickenbacker, que estuvo a punto de alcanzar el mainstream allá a finales de los ochenta y primeros noventa. Desde aquel amago han lanzado numerosos discos que, pese a los cambios de formación y la salida del guitarrista Marty Willson-Piper hace ya una década, nunca han dejado de tener algo especial, pese a la atención menguante que han recibido.
“The Hypnogogue” puede interpretarse como suma total de la personal visión de Kilbey, con un punto más crepuscular (la edad no perdona), pero joyas como “’C’est La Vie”, “I Think I Knew”, la semiacústica “Aerodrome”, la hipnótica “Antarctica” o la canción que da título al álbum, maravillosa odisea de ese rock romántico con aires melancólicos que los australianos patentaron en maravillas como “Metropolis” o “Under The Milky Way”, son la mejor versión que podíamos tener de ellos a estas alturas. Terminar con esa especie de híbrido entre The Beatles y Syd Barrett que es “Second Bridge” deja las mejores sensaciones: si esto fuera su canto del cisne no se puede poner un pero.
El hecho de que sea un álbum doble refuerza mi impresión, aunque Kilbey y compañía nunca han sido de reservarse, para bien y para no tanto. Dicho esto, no faltan casos de compañeros de generación que van por ahí medio arrastrándose para tocar de vez en cuando explotando su legado, de modo que lo de este majestuoso vigésimo tercer disco de la banda originalmente formada en 1980 en Sidney no es ninguna tontería.
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