Con The Chemical Brothers es inevitable asumir cierto vértigo, derivado de que muchos de sus clásicos forman parte de noches memorables de hace diez, quince, veinte años, convirtiéndose con el tiempo en verdaderos hitos referenciales. Pepinazos, subidones, estribillos que te siguen asaltando al escuchar el nombre de Tom Rowlands y Ed Simons. Pues bien: hasta aquí la nostalgia, porque “Born in the echoes” ofrece argumentos más que de sobra como para disfrutar hasta el final de sus poco más de 50 minutos.
Después de que con “Further” (2010) lograsen recuperar el pulso perdido durante un tiempo, este octavo álbum de estudio es un auténtico muestrario de todas sus virtudes, con “Sometimes I feel so deserted” como el primero de los numerosos aciertos que se suceden, levantándose sobre un infeccioso fondo metálico. “Go”, que sirvió como adelanto, brinda el momento más pop, sonando en bucle, recuperando la exitosa colaboración con Q-Tip -“Galvanize” es de lo poco que se recuerda de “Push the button” (2005)- y mirándose en el espejo de los 80, aunque a la larga le falte la pegada que sí tienen más tarde la mutante “EML Ritual” o “I’ll you see there”, con ese punto psicodélico tan marca de la casa. Hay momentos también para reivindicar el esplendor de los 90, como ocurre en “Reflexion”, dando sopas con honda a toda esa legión de advenedizos de la EDM sin ninguna capacidad de trascender, y hay otros de pretendida incomodidad, como ocurre en “Under neon lights”, con la aparición de Annie Clark (St. Vincent) para reforzar la extrañeza.
En el extremo opuesto, la delicada claridad de Beck en “Wide open”, canción que sirve como epílogo a un disco coherente a la vez que variado, autorreferencial en no pocas ocasiones, aunque sin recrearse en el pasado de forma arqueológica, sino que vive de forma orgullosa en el presente. Sin ninguna duda, el mejor trabajo del dúo de Manchester en muchos años.
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