Jovencitos y leídos (nombre shakespeareano, guiños a Albert Camus, Hunter S. Thompson o al pintor Pieter Brueghel –el viejo-), los cinco miembros de Titus Andronicus no parecen preocupados por nada más que dejar fluir su energía, por reconducir su revolución hormonal hacia un fin común entre ellos y el público que les vea en concierto o les escuche en disco.
Por tanto no es de extrañar que su música suene excitada, acelerada y nerviosa, con una voz que se desgarra como si un millón de gatitos subiesen por la garganta de su vocalista, como si Commander Venus o el primer Bright Eyes versionasen el repertorio de Bruce Springsteen, como si Los Campesinos! jugasen a meterle patadas a las canciones de The Hold Steady o Marah, como si The Replacements hubieran vuelto a la vida en un garaje de New Jersey. Suenan a grupo de veinteañeros orgullosos de serlo o, ustedes elegirán, a veinteañeros con el suficiente cerebro para saber equilibrar inteligencia y desparpajo. Por el camino no descubren nada, no reinventan géneros, no redimensionan el indie rock estadounidense, pero se lo pasan en grande y nos alegran el día.
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