Una mar enorme

Habíamos conocido el adelanto de “Una mar enorme”  de Templeton hace apenas un par de meses. Y aunque este comentarista siente escasa predilección por las canciones largas, “Marzo mayea” es una hermosa composición que, partiendo de una batería jazzística y un trasfondo de folk tranquilo, se extiende durante nueve minutos cargados de referencias generacionales que estallan en un final beatleliano, trompeta incluida. Una canción, y un nuevo disco, en la que estos torrelaveguenses de Malasaña insisten, en lo musical, en dar una vuelta a influencias clásicas y, en las letras, en tratar de convivir lo mejor posible con la mochila emocional que todos llevamos. “Siempre vienes conmigo/ en la caja de mis mudanzas”, cantan en “Flash”.

Sin embargo, y aunque Javier “Betacam” Carrasco había anunciado que el disco se situaba musicalmente entre “El murmullo” (2012) y “Rosi” (2014), los tempos y desarrollos de las canciones recuerdan más al último. Por el camino se ha quedado buena parte de la inmediatez pop de canciones como “Los días” o “Miedo de verdad en condiciones”. A cambio, Templeton ganan en hondura y diversidad. Una heterogeneidad pop que se hace latente en “Largo recorrido”, que recuerda a los hits del ítalo- disco ochentero. Aunque los bonitos arreglos de cuerda marca de la casa vuelven a aparecer en “Me has dejado de gustar”, al igual que las letras confesionales: “Me has dejado de gustar/ has llegado incluso a caerme mal”.
Alguna reflexión existencial chirría, sin embargo, en “Conan”. Me quedo con lo de “Prefiero mil veces quedarme en casa contigo/ que gastarnos el dinero en un sitio pijo”. Sin embargo, la melodía de “Nube gris” se revela (más allá de la excelencia de “Marzo mayea”) como la más perfecta de todo el lote.

En general, las composiciones de Templeton se adaptan muy bien a la voz reposada de Santi Castillo y el disco, aunque transcurre en general por un tempo lento (a veces progresivo), tiene abundantes momentos de inspiración como para ser al menos notable.