¿Qué cabe esperar de una formación que regresa a escena tras dos décadas sin publicar nuevo trabajo y que, además, vivió su época dorada en los ochenta? Pues que, al menos, justifiquen el retorno en cuestión demostrando buen gusto y ese tipo de elegancia –madura, coherente y bien asentada– de la que efectivamente hacen gala Roland Orzabal y Curt Smith en la presente entrega. El dúo, que aquí se acompaña de otros músicos tanto en labores de composición como de ejecución, firmó en su momento un trío de discos por los que en realidad siempre serán recordados: ‘The Hurting’ (Island, 83), ‘Songs From The Big Chair’ (Mercury, 85) y ‘The Seeds Of Love’ (Universal, 89).
Y es ahora, cuando seguramente ya nadie lo esperaba, que vuelven a la actualidad con la publicación de ‘The Tipping Point’ (Concord Records, 22), blandiendo unas cualidades depuradas con las que consiguen despejar buena parte del por otro lado lógico escepticismo. La obra se caracteriza por un trazo limpio protagonizado por pop engalanado y bien parecido, alejado de aquellos sonidos algo más oscuros e inquietantes que manejaron con acierto en el pasado. El álbum se abre con “No Small Thing”, una pieza con ecos a Paul McCartney que conquista con su aire sencillo y secuencia creciente, antes de dar paso al espléndido single “The Tipping Point”, de ese aspecto vintage al estilo de Prefab Sprout que en realidad nunca pasa de moda. También al alza puntúan “Master Plan”, “Long, Long, Long Time”, “My Demons” y una “End Of Night” que bien podría ser entenderse como nexo con el reflejo creativo del pasado, mientras que los patinazos se focalizan en el exceso de azúcar de “Please Be Happy” o la facilona “Break The Man”.
Los británicos Tears For Fears confirman el buen sabor de boca cerrando el asunto con “Stay”, una de sus piezas más distinguidas y representativa del talante genérico del asunto. En realidad, ‘The Tipping Point’ (Concord Records, 22) es un disco suave, seguramente poco trascedente y a todas luces carente de cualquier riesgo implícito. Pero también luce como un elepé bien ornamentado, que tiene claro su objetivo y se centra en trabajar melodías inspiradas con extremo cuidado, tanto a nivel instrumental como vocal. Lo que podría haber sido un desastre sortea la tan temida auto-caricatura y deja, a su paso, un bonito trazado de pop para todos los públicos, de esos agradables que se disfrutan de manera distraída.
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