Muy pocos artistas contemporáneos pueden presumir de gozar de un punto tan bueno en sus carreras como Taylor Swift. La artista acaba de lanzar su décimo disco, ‘Midnights’, con una expectación mediática (y fanática) espectacular, como si de su álbum debut se tratara. Venía de publicar los excelentes ‘folklore’ y ‘evermore’, dos giros de volante en el sonido al que nos tenía acostumbrados que perfilaban su figura artística dentro de la industria y la elevaban a lo que se merece ser: una de las compositoras más importantes de nuestro siglo actual. Son tiempos de abundancia para Taylor Swift, quien sigue demostrando estar en plena forma musicalmente con este nuevo álbum en el que la artista abandona la intimidad y la canción de autor de los dos anteriores para volver al pop por la puerta grande.
Taylor no es una artista vanguardista ni arriesga excesivamente en sus canciones a nivel producción. Pero ha conseguido alcanzar un éxito inmensurable a nivel mundial gracias a crear un sonido que ya es marca de la casa, lo escuches en cualquier lado del planeta y en el momento que sea. Hay algo en las canciones de Swift que hacen que reconozcas que están escritas por su puño y letra: los estribillos pegadizos, los puentes emotivos, las estrofas cotidianas pero efectivas como un dardo. Ella sabe que representa a la eterna adolescente que se enamora estúpidamente de un hombre en una cafetería tras cruzar miradas una unidad de veces. Pero lo divertido de todo esto es que, dentro de esa intensidad y desquicie inmaduros que todos experimentamos alguna vez al mes, ella nunca se toma del todo en serio. Y ahí radica, en mi opinión, gran parte de la fórmula del éxito de Taylor Swift.
En ‘Midnights’, Taylor se vuelve a aliar con su amigo Jack Antonoff para componer y producir. Cuenta que es la primera vez que solo trabajan ellos dos como principales colaboradores en el estudio, mano a mano, después de que se quedaran solos durante un viaje por trabajo de sus respectivas parejas. El resultado son trece canciones que simbolizan trece noches de insomnio en las que seguramente te bebes unas copas de más y te replanteas toda tu existencia. Una vez más, la intensidad hecha música. Los temas hablan de despecho (‘Question…?’), de lo que hubiera podido pasar (‘Maroon’), de venganzas (‘Vigilante Shit’, ‘Karma’) y de reencontrarse con las miserias de uno mismo en mitad de la noche (Labyrinth’). Pero, al contrario de lo que pueda parecer, se trata de un disco muy disfrutable que, al más puro estilo Robyn, te hará bailar todos estos pensamientos oscuros o tristes.
En ese sentido, veo muchos parecidos razonables entre ‘Midnights’ y ‘Melodrama’, de su (ahora no sé si tanto) amiga Lorde. Ambos dos, además de llevar el sello Antonoff, son álbumes nocturnos que comparten esa atmósfera de melancolía oscura pero con bien de glitter pasadas las doce de la noche. De hecho, ‘Mastermind’ parece un sample muy evidente de ‘Supercut’, por su melodía e instrumentación. Una comparación que es más halagadora que otra cosa, como la clara inspiración de Swift en Lana Del Rey. Obviando que su, además único, featuring en el disco se limita a hacer unos coros en ‘Snow On The Beach’ pudiendo haber sido el sad banger que todos necesitábamos, es un hecho que la primera bebe de la segunda en cuanto a ese universo nostálgico (compositivo y sonoro) que tanto ha caracterizado la carrera de la autora de ‘Born To Die’. Podríamos decir que la Taylor de ‘Midnights’ es la Lana comercial y exitosa que hubiera pegado más aún el pelotazo de habérselo tomado más en serio.
Un meme de Twitter decía que ‘Midnights’ es el hijo entre ‘1989’ y ‘reputation’. En su envoltorio parece un disco pop amable y desenfadado pero su interior esconde bastante oscuridad que, lejos de intentar sacársela de encima, la abraza. Me parece una muy buena aproximación de lo que significa habitar hoy en día el planeta Tierra.
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