“Tan simple como el amor” es un disco sonrojante. Y no, no lo es por la socorrida vergüenza ajena de quienes no quieren ver más allá de los coros infantiles, los piter panes y las melodías almibaradas. Lo es porque deja en ridículo al noventa y nueve por ciento de los discos de pop editados en este país en los últimos tiempos
No hay estribillos más tarareables, no hay guiños musicales mejor resueltos, no hay detalles más minuciosos ni brillantes. Nadie supera a La Casa Azul en su rica combinación de arreglos chispeantes y giros sorprendentes. Nadie golpea así en piernas, brazos, corazón y cuerdas vocales. Nadie ha hecho del costumbrismo de clase acomodada algo tan universal. Nadie ha exprimido de esta manera nunca bubblegum, indie y mainstream azucarado de cualquier época y lugar. Nadie ha conseguido decir en una letra atormentada algo que conmueva tanto como lo hace el agridulce dietario de La Casa Azul. Nadie ofrece tanto esfuerzo ni tanto talento de una manera tan humilde. Nadie. Y nadie es capaz de convertir todo lo citado en cuarenta cosquilleantes minutos que -como los veintipico de “El sonido efervescente de...” (Elefant, 00)- no sólo impresionan, sino que además divierten y enamoran. Se adhieren a la memoria sin remedio. Para siempre. Y el resto del mundo ya se puede reír tanto como quiera.
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