Ha costado lo suyo pero al fin Kevin Parker nos entrega su nueva obra al frente de Tame Impala. Cinco años han pasado ya desde que sorprendiera al mundo con su predecesor "Currents" (15), un disco que, si bien nos dejó un tanto aturdidos a los que esperábamos encontrar el vellocino de oro del rock psicodélico, ha terminado por situarse como uno de los trabajos más importantes de la década que acabamos de dejar atrás. Visto en retrospectiva parece mentira que en algún momento llegásemos a considerar a Parker como la gran esperanza de la música de guitarras. Claramente sus planes iban en otra dirección. Adorado por gigantes como Kanye West, Lady Gaga, Rihanna, Travis Scott o Kali Uchis, se ha convertido en algo parecido al “productor de moda”; el hombre con el que todo el mundo quiere colaborar, llámese Alex Turner o Dua Lipa.
Las expectativas estaban pues vertiginosamente altas y la primera pregunta que surge tras escuchar este “The Slow Rush” es clara: “¿ha merecido la pena la espera?”. La respuesta es rotundamente afirmativa. En estos cincuenta y siete nuevos minutos de Tame Impala los horizontes de su característico sonido, tan singular como reconocible, se expanden en todas las direcciones posibles. El disco se abre con un golpe electrónico magistral: “One More Year”, una cacofonía de baterías sincopadas con un tono confesional de incitación al viaje, físico y mental. Continua con “Instant Destiny”, una densa espiral de sintetizadores que funciona como un bucle en el que sumergirnos antes del primer gran single del disco: “Borderline”, temazo que llevamos escuchando desde el pasado verano (aquí acortado) y que muestra claramente la intencionalidad última de Parker: acercarse a la música de baile en todas sus acepciones y muy especialmente los ritmos post-disco que popularizaron a finales de los setenta luminarias del clubbing neoyorkino como Larry Levan o David Mancuso. Un coctel sonoro en el caben bongos, vientos andinos, mutant-disco, Jean-Michel Jarre y Steely Dan.
Así, “Posthumous Forgiveness” recorre por si sola todo el camino que recorrieron Yes entre 1968 y 1981 (curiosas las referencias a Abbey Road y a Mick Jagger en la letra), mientras “Breather Deeper”, con su beat discotequero, suena como si Jamie xx remezclara a The Doobie Brothers. "Tomorrow’s Dust" es quizás el tema en que más se acerca a las cadencias de sus primeros trabajos, pero sustituyendo aquí los pedales fuzz por guitarras acústicas y una línea de bajo tremendamente adictiva. “On Track”, la más sosegada del lote, recuerda a esas canciones etéreas de los Genesis de Phil Collins pero sin florituras ni bucólicos coros. Al contrario, la pista se marchita con el ruido ambiental hasta que sólo queda un débil ritmo de batería.
“Lost In Yesterday”, otro de los momentos álgidos, es el equivalente auditivo de observar una lámpara de lava. Comienza con un potente riff de bajo y rápidamente introduce una dulce melodía arrebatadora. Parker hace uso de un vivaz falsete para reflexionar sobre el poder de la nostalgia. Un recurso emotivo rodeado de un sonido gelatinoso que hace imposible discernir entre artificio y realidad. “It’s True” se adentra en el terreno del boogie espacial –muy en la línea del tema que lanzaron en colaboración con el rapero Theophilus London (“Only You”) en 2018– con un vocoder que es puro Daft Punk. “It Might Be Time” parece una mutación carnosa del soft-rock setentero con un teclado que bebe directamente de Supertramp y una percusión enfática ascendente que podría convertirla al mismo tiempo en una rareza o un hit. Por su parte, la brevísima “Glimmer” es prácticamente house de Chicago en la senda de Larry Heard o Frankie Knuckles mientras “One More Hour” cierra el disco como un auténtico baladón; rock clásico entendido de la forma más épica y progresiva posible, violines incluidos.
Con estas doce nuevas canciones Parker vuelve a redifinir los márgenes del sonido psicodélico, explotando aún más su regusto por las melodías pop. A lo largo de todo el disco resuenan ecos familiares de artistas realmente masivos (Michael Jackson, Pink Floyd, Fleetwood Mac), pero lo hacen ocultos bajo una serie de texturas y ritmos profundamente contemporáneos que escapan la lógica del revivalismo inocuo.
“The Slow Rush” devuelve la forma a sus raíces, al tiempo que logra mirar hacia adelante. Un complejo acto de equilibrio que además suena fenomenal. Tanto el sonido como la instrumentación del álbum son realmente sobresalientes. Sólo cabría ponerle una pega, ¿dónde esta “Patience”? El fantástico primer single de “adelanto” que publicaron en marzo del pasado año se ha quedado inexplicablemente fuera del disco. Una decisión difícil de comprender sino fuera porque estamos ante una de las mentes más impredecibles del universo pop actual.
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