Autores de los álbumes más rotundos y ambiciosos que nos ha proporcionado el rock de la pasada década, la formación de Michael Gira prosigue su andadura, con más de cuatro décadas a sus espaldas, y lo hace por medio de otra obra imprescindible a sumar a su ya, de por sí, intimidante oda al ruido eterno.
Rock medieval, post-jazz, noise extremo, barroquismo folk, ambient, slowcore. La fórmula patentada por Gira y los suyos transciende los géneros hibridados. No hay terreno que suene marcado por las improntas que definen los géneros. Para entendernos, Swans suenan a Swans. No en vano, es de los pocos grupos de hoy en día que podrían ser etiquetados en el archivador de estilos como Swans. Y punto. Así vuelve a suceder en esta nueva ópera egipcia, titulada “The Beggar”. Para la misma, la agresividad ha sido reducida al máximo, únicamente presente de lleno en “The Memorious”, último escalón de once piezas maestras enhebradas a lo largo de dos horas, con incluso un tema de cuarenta y tres minutos, como “The Beggar Lover” (Three), que podría justificar discografías enteras.
Lo que tenemos aquí puede llegar a recordarnos a una versión astral de Popol Vuh interpretando canciones del último Bob Dylan o de Leonard Cohen. Sueño húmedo que obedece a la búsqueda del alma por parte de un tipo que ya no tiene nada que demostrar, que ya nos ha regalado algunas de las obras más valientes y fascinantes de la historia del rock. Ni más ni menos. Sin embargo, que nadie se espere un disco a la baja, escrito por alguien que ya ronda los setenta años, ni mucho menos. “The Beggar” es un clásico instantáneo, a través del cual Swans suenan más etéreos y hermosos que nunca. La belleza irradiada por temas como “Michael Is Done” o la titular del álbum sólo está al alcance de quien se agarra al arte como un propósito de vida o muerte, de redención y resurrección en replay.
En tiempos de consumo fast-food, algoritmos de Spotify, revivals contextualizados e inmediatez crónica, “The Beggar” es un milagro. Un escupitajo a las formas de comportamiento que dirimen nuestros gustos de hoy en día. Sin duda, un trabajo que, en su continuo mantra crepuscular, nos introduce en un viaje sin vuelta a las entrañas de un sonido inteligente, cósmico y, definitivamente, catedralicio.
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