Que casi treinta años no es nada. Tras aquel “El amigo de las tormentas” (94), cuarto y último trabajo de Surfin’ Bichos que terminó de cortar el cordón umbilical de los ochenta y abrió de par en par las puertas del indie primigenio patrio, con los aún humeantes dos anteriores balazos a quemarropa que marcaron un antes y un después en la música nacional: la crudeza de “El fotógrafo del cielo” (91) y la modernidad definitiva y zarpazo en la memoria emocional de “Hermanos Carnales” (92). Vuelven ahora rejuvenecidos del “Más allá” (23), traspasando el espacio y el tiempo con doce resplandecientes y febriles canciones, afiladas y a tumba abierta. Y es que la cosa es muy seria, los albaceteños se han marcado una obra conceptual y existencialista en la que rozan la excelencia. Sumando a la esencia de la banda matriz, la frescura y crecimiento sonoro experimentada y recolectada por cada miembro a lo largo de estas décadas, en solitario, con Chucho, Mercromina y Burrito Panza. Con esas infalibles mimbres, además de varias reuniones conmemorativas previas que siempre nos hicieron relamernos por esta ansiada posibilidad que acaba de cristalizar, Fernando Alfaro (voz y guitarras), Joaquín Pascual (guitarras, segunda voz y teclados), Carlos Cuevas (batería) y José Manuel Mora (bajo) deciden por fin unificar energías y, bajo la coproducción de Fino Oyonarte (con aparición vocal incluida), se marcan este cuarto, sobresaliente y adictivo “Más allá”, para mí, su mejor conjunto de canciones hasta la fecha.
A la potencia sónica marca de la casa intacta, con Pixies y Velvet Underground in the air, añaden un extra de matices, luminosidad y frescura, con Isabel León a los coros y una brillante sesión de vientos que viene y va. Mención especial también para el brillantísimo artwork del álbum, de la mano de otro manchego estelar, Joaquín Reyes.
Del trallazo eléctrico y cegador inicial (hit instantáneo), que te revienta en el pecho y levanta del suelo, “Máquina que no para”, con un estribillo que no podrás quitarte de la cabeza y cantarás hasta perder la voz en directo, al vaivén acústico y resplandeciente de “El caballo del mar”, con preciosistas arreglos de piano; pasando por “la negra negrura” festiva de “El baile del más allá”, cruzando fronteras espaciales en una verbena con regusto a tex-mex y chachachá en el cementerio del pueblo.
¿Y el fondo de este “Más allá”? Pues otra dimensión, al alcance solo de unos cuantos elegidos. Fernando en estado de gracia, con "la luz en (tus) las entrañas" (89) intacta y esa facilidad de “clavarse los dedos en el centro del hígado (o corazón), abrirlo como un pan y repartirlo a los perros”. Alfaro, más allá del bien y el mal, alcanzando nuevas cimas poéticas y desplegando su personal lirismo kamikaze más brillante, descarnado e irónico a flor de piel, tejiendo versos empapados de cruda cotidianidad, mística apocalíptica, amor y muerte, desde la soledad y aislamiento de la pandemia. “Como molaría que el cambio climático fuera para bien…”. De ese Dios que se ríe de todos nosotros en la divertida cercanía cortante de “Tu propia Navidad”, con reminiscencias amargas de fiestas de guardar que pasamos brindando junto al espejo o pantallas durante el confinamiento, a la palpitante épica en esa encrucijada de azufre donde la Velvet se funde con Nick Cave and the Bad Seeds, una “Lotus Europa” que rezuma nihilismo y desesperanza “en un mundo ya muerto”, entre imágenes costumbristas y paisajes distópicos, con aroma a “White Lotus” cañí y la galopante decadencia auto-devoradora de la sociedad europea pisándonos los talones.
La melancolía sanadora de ese mar de recuerdos que llevamos dentro en “Luz del Mediterráneo”, nos regala una onírica vida extra, con unas mágicas cuerdas que brillan más que los rayos del sol y nos teletransportan a Grecia por momentos, esquivando los malabares de una parca siempre presente. Seguimos “Alumbrando el fin” y desplegando atmósferas morfínicas al más puro estilo Black Francis y compañía, con una base rítmica que marca el camino y estallidos enérgicos una y otra vez, ecos de la banda de Boston que también rugen con fuerza en la huracanada “Yo que te he visto”, con Surfin’Bichos arañándonos y centrifugándonos por dentro como antaño.
“Señales” para el tiempo y flota como una bola de fuego, entre brumas sintetizadas y espectrales, con breve y vibrante momento pegadizo de escape y esperanza justo antes de ecuador: “Y volveré mis ojos ciegos / hacia ti y amarte quiero, / y abrazarnos todos al final. / Volveré mis ojos fieros / hacia Dios y el mundo entero, / y abrazarnos todos al final”. Y de himno a himno, con Fernando caminando siempre por el lado salvaje, quemando las naves del deseo con la banda a una en “Mortal”, mientras Lou Reed sonríe, inmortal, desde el más allá y más acá.
En la recta final, dos de las piezas más experimentales y envolventes, la flotante y colosal “Conversación ultrafónica a las 4 a. m.”, una bellísima pesadilla firmada por Joaquín Pascual en la que correrás el riesgo de desaparecer (avisadas y avisados estáis); y el remate, para terminar de desvanecernos, de la mano de “La mujer invisible”, hechizo aterciopelado que te llevará mar adentro sin que te des cuenta. Maravilla, al infinito y más allá con Surfin’ Bichos.
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