Las estupendas reediciones que nos están llegado de un tiempo a esta parte compensan un presentismo muchas veces empobrecedor. Arrojan luz y contextualizan.
Sonido Muchacho se suma a esta admirable tendencia con la reedición conmemorativa del debut largo de los de Albacete. Un LP en el que ya estaba en toda su dimensión, el imaginario turbio, truculento pero también tierno de Fernando Alfaro y los suyos. Con él sentaron las bases para llegar a las cotas estratosféricas que alcanzarían en los tres trabajos sucesivos de aquella primera etapa cerrada en 1994.
El álbum viene muy bien acompañado por un magnífico libreto de gran formato y 23 páginas. El ensayo “Una luz muy parecida a la oscuridad” lo firma Rafa Cervera, que incluye reflexiones jugosas del que iba a ser uno de los grandes compositores del rock en castellano. Incluye abundantes fotografías, recortes de prensa con reseñas y crónicas, letras, dibujillos, e incluso set lists que nos llevan de vuelta a aquel momento crucial.
Pongámonos en situación: hace 35 años los de Albacete aterrizaron como unos marcianos del espacio exterior. Habían llamado la atención en el concurso Villa de Madrid (donde fueron finalistas), y anticipaban la llegada de una nueva escena de rock alternativo a un panorama dominado por las propuestas impersonales y blanditas del mainstream. Personalidad era justo lo que le sobraba a Alfaro, Joaquín Pascual, Carlos Cuevas y José María Ponce, como habían demostrado en el EP “Gente abollada”.
El “carácter adusto” de su tierra -La Mancha parecía el lugar menos probable para alumbrar un grupo como el suyo-, las crudas referencias bíblicas, la huella alargada de Lou Reed con su fauna de friquis de vida peligrosa, la novela negra (muy negra) y The Velvet Underground impregnaban canciones de rock asilvestrado, adulto, inclasificable.
El enfoque visionario del cuarteto a la hora de sintetizar influencias anglosajonas con la sensibilidad local cristalizaba en un disco tan raro como adictivo. Que estuviera lastrado por la producción del momento -esas trompetillas o vientos que salpican estrofas y estribillos (es el único disco de Alfaro en el que el músico no participó en las mezclas)- era un pecado menor. A fin de cuentas, brillaban joyas como “Gente abollada”, la feroz “Crisis” o la velvetiana “El rey del pegamento”.
El que sería uno de los debuts más relevantes de la historia del pop español miraba atrás, pero sobre todo al interior y adelante. Surfin´ Bichos habían inventado su propia fórmula de hacer rock, y no se parecían a nada. Un milagro salido del páramo de nuestra escena, que probaba cómo cierta juventud -aunque Alfaro confiese en las notas que se sentía viejo con 24 años- ya se nutría de materiales peligrosos y referencias cultas procedentes del cine, la literatura y el rock. Ellos creaban canciones únicas desde las tripas y el cerebro. El tiempo, juez supremo, les daría la razón.
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