La actriz y modelo Suki Waterhouse se estrena definitivamente en el ámbito de la música con "I Can’t Let Go" (Sub Pop, 22), el que es su debut discográfico en formato largo tras una serie de singles previos con los que ya venía insinuando intenciones. La británica protagoniza uno de esos movimientos que, al menos de inicio, pueden levantar sospechas... ¿se trata este del enésimo caso de famosa que materializa su capricho por ser cantante? Podría ser que sí, aunque a la artista le ampara la garantía de calidad del mítico sello Sub Pop, que desde Seattle parece dar su bendición al asunto y destierra parte del escepticismo. En cualquier caso, la escucha del disco en cuestión no deja un resultado del todo concluyente, con la presencia de canciones señalando en direcciones contrapuestas.
La vocalista se suma a la numerosa nómina de féminas que publican música dotada de sentimiento, en torno a un pop nostálgico y de apariencia sentida, siendo el suyo uno de esos que convencen intermitentemente. Se trata de una liga complicada en la que militan nombres de tantísimo nivel como Angel Olsen, Laura Gibson, Lucy Dacus, Julien Baker, Sharon Van Etten o incluso Lana del Rey. "I Can’t Let Go" (Sub Pop, 22) está protagonizado por pop que insinúa espíritu juvenil, además de ligeros tintes de dream-pop que señalan a la alargada sombra de Mazzy Star. Un álbum de sonido muy medido, tanto que puede afectar a la credibilidad del contenido y en ocasiones queda deslavazado con respecto a los referentes que maneja, a pesar (o quizás a consecuencia) del empeño puesto en dar lustro a las propias canciones.
Tras una primera parte que alterna las interesantes “Moves” y “The Devil I Know” con cortes anodinos del tipo de “Melrose Meltdown” y “Put Me Through It”, sucede que a continuación aparece lo mejor de la entrega. Ahí se sitúan “My Mind” –la joya del lote–, “Slip”, la explícita “Bullshit On The Internet”, “Wild Side”, o la delicadísima “Blessed” como cierre. Producido a conciencia por Brad Cook, "I Can’t Let Go" es un disco que comienza siendo aceptable y en su segunda mitad deja muestras del talento de Waterhouse (incluyendo su indiscutible ejecución vocal) hasta levantar la nota media de la referencia. Una ópera prima, en definitiva, que no desata la euforia pero incluye casi media docena de piezas con magnetismo, capaces de crecer y que potencian el efecto sugestivo a cada nueva escucha.
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