Aquello que casi nadie entendió, la muerte de Deluxe y la colosal tarea de sumar la herencia pop-rock de la extinta banda con la influencia de los viajes –los de Xoel López– por Latinoamérica, cumple ya tres álbumes. Y treinta y cinco canciones después, sólo hay una conclusión posible: el sacrificio mereció la pena.
El gallego sigue reconciliando en Sueños y pan las varias etapas de mutación por los que ha pasado su obra: teclados dulzones (Balas), melancolía y homenajes épicos con un regusto ochentas (Madrid), sintetizadores horteras y estirados (Serpes), melodías de orfebre (Lodo) y cánticos universales a la pachamama (Cometa).
Xoel López suma a todo ello una pátina de electrónica y un mayor tratamiento de las voces (¿pistas de por dónde se desarrollará ahora su carrera?): un sonido oxidado envuelve con mimo los arreglos vocales característicos del músico. Un recurso de baja fidelidad que se escucha bonito y que está muy presente en uno de los guiños –muchos– a ser papá que alberga el disco, Insomnio, compartida con Tulsa y de revestimiento casi post-rock.
Sueños y pan apunta a despedida, a final de una trilogía, algo que alegrará a los que vieron una treta la nueva deriva del compositor afincado en Madrid. Los que no, una gran mayoría a la vista de sus copadas giras, lo vivirán como un simple impás hasta descubrir hacia dónde tiene que moverse ahora la música de autor en este mundo global que alguien tiene que reivindicar como local. Allí esperaremos a Xoel López, vecino de ambas costas.
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