Perry Blake no tiene demasiada suerte. No es un artista maldito, pero poco le ha faltado. Su primer disco tardó una eternidad en ver la luz, lo hizo en el momento justo para que Jay-Jay Johanson se llevase la fama y él cardase la lana, consiguiendo de paso que pocos se fijasen en el mastodóntico esfuerzo del irlandés por dar forma a un disco tierno, intimista, grabado en un lugar ejemplar, bello y aterciopelado en su tristeza. Ahora, precisamente cuando podría haber despegado con «Still Life», un trabajo en el que aparecen como invitados Francoise Hardy (dueto en «War In France») y un ex-Japan a la batería, el bueno de Perry pierde parte de su inspiración. El irlandés sigue navegando por las turbulentas aguas del intimismo, con croonerland en una orilla y la escuela triste de Nick Drake en la otra. El problema es que, aunque «Still Life» puede permitirse continuar siendo un disco interesante, el imborrable recuerdo de su debut y el hecho de que empiece con el tema de mayor fuerza del álbum («Sandriam») no le permiten alcanzar las cotas de su antecesor. Aún así, recomendado.
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