No sé cuanta gente lee estas críticas que desde hace casi tres años intento dejar con frecuencia en la web de Mondo Sonoro, pero uno tiene que escribir en prensa, como decía Larra, imaginando que detrás hay al menos una persona –¡un lector!– que va a agradecer tu esfuerzo delante del ordenador. Esta crítica en concreto la empiezo a escribir pensando en eso. Para quien le pueda interesar, en España se está fraguando un movimiento social, cultural y musical, de arriba a abajo, como siempre, pero muy interesante, en contraste con el último –el trap– hace justo diez años. Ahora solo se encuentra de forma residual en algunos clubs de las grandes ciudades como Madrid o Barcelona.
Mientras que el trap tenía unas señas de identidad claras y que podíamos repetir como una alineación de fútbol, esta tendencia todavía no tiene nombre. Los chicos tímidos de tu clase se están haciendo con los espacios más relevantes en la música para lo que queda de década. No estamos ante gente que intenta parecer dura o engreída, no hablamos de gente especialmente guapa, no encontramos comportamientos aprehendidos de cómo se supone que se comporta una estrella, miran mucho a Japón y a lo asiático más que a Estados Unidos. Son cambiantes, distraídos, se preocupan muchísimo por la estética pero ni siquiera utilizan el estilo Y2k que tan de moda lleva desde hace tiempo, sino que la trascienden hacia el futuro. En términos musicales, solo dos constantes entre miles de cambios y variaciones: una mirada sobre la electrónica que me recuerda al primer acercamiento que hizo la gente del trap sin tener la necesidad de cantar fraseando por encima, y letras intimistas, cuando no tímidas, que tratan el universo interior de estos músicos o lo imitan. Más allá del bedroom pop, que es donde se englobó a estos artistas en el confinamiento, y más allá del hyperpop, el propio Rojuu bautizó a su estilo en nuestra entrevista en Flashes como shadow pop, pero ahora todo va más allá del pop: ha nacido una escena.
En este contexto, tanto el anterior trabajo de Rojuu funciona como la confirmación de lo evidente. De toda la nueva hornada de artistas que manejan estos códigos, Rojuu fue el primero en saltar a la palestra y a construir –deconstruyendo– este universo creativo al que hacíamos referencia. Ahora, con propuestas como las de Rusowsky ya en la calle y llenando recintos de cuatro cifras y apareciendo festivales mainstream, con Sticky M.A. como padrino (ahora se entiende de otro modo el trabajo que el ex de AGZ lleva realizando desde hace al menos tres años: ahora se entiende de otro modo el trabajo que lleva realizando Steve Lean los años que lleva fuera de los focos) Rojuu se reconoce a sí mismo como paradigma del nuevo artista de esta escena.
“Starina” reivindica la figura del propio Rojuu como referencia del movimiento y nos sumerge en un mundo de electrónica oscura que oscila entre lo incomprensible y lo brillante cabalgando a lomos de un estilazo que ya nos parece normal para un artista que acaba de entrar en la mayoría de edad. El álbum, además, se permite guiñarle el ojo a algunos de los referentes de la generación anterior: en concreto a Yung Beef, Rosalía y Bad Gyal. “Starina” es una rave oscura en el patrio trasero de la mansión de “Melancolía” de Lars Von Trier, si la película la hubiera realizado Studio Ghibli.
Rojuu presenta “Starina” y quizá sea el primero de una serie de movimientos que hagan de la oscuridad y la electrónica los baluartes de la música independiente en España, o quizá sea solamente una marca de agua de que él estuvo aquí primero, antes que el resto.
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